Por Bjorn Lomborg
(El Comercio, 28 de Junio de 2015)
El Papa tiene razón al llamar la atención sobre el problema del cambio climático en su encíclica. El cambio climático es, sin dudas, un problema mundial con graves consecuencias. Pero este es un caso de “problema correcto, solución equivocada”.
El Papa menosprecia a quienes tienen “fe ciega” en los avances tecnológicos como una solución al cambio climático. En cambio, su encíclica declara que el mundo debe dejar de consumir tanto. Esto, dice, ayudará a las personas pobres que son las que pueden verse más afectadas por el calentamiento global.
Esto es preocupante, ya que la innovación técnica es exactamente lo que más necesitamos.
La respuesta de la humanidad a niveles opresivos de hambre no fue insistir en que debemos comer menos. La Revolución Verde, uno de los logros más notables del siglo pasado, vio a los avances científicos y tecnológicos aumentar drásticamente la productividad de los alimentos –fundamentalmente, a través de fertilizantes y pesticidas–. Desafortunadamente, esta misma tecnología –que salvó cientos de millones de vidas– es estigmatizada como nociva en la encíclica.
Considere el problema ambiental más letal del mundo: la contaminación del aire interior debido al uso de madera y estiércol para cocinar y mantener el calor. Está casi olvidado en el mundo rico, porque obtuvimos kerosene, gas y eventualmente energía eléctrica.
Aún 4,3 millones de personas siguen muriendo cada año en los países pobres a causa de la contaminación del aire interior. Los más indigentes del mundo dependen de la quema de biomasa y combustibles sucios para cocinar y calentarse.
El Papa menciona este problema en la encíclica, pero no abraza la solución obvia: los pobres del mundo necesitan más acceso a combustibles modernos para cocinar, que en su mayoría estarán basados en combustibles fósiles. Las energías renovables, como la eólica y solar, tienen un pequeño papel que desempeñar, pero en su mayoría siguen siendo demasiado caras e intermitentes.
Necesitamos aumentar la inversión mundial en un fondo de I+D de energía verde para acelerar el día en que las fuentes de energía renovables puedan superar a los combustibles fósiles por sus propios méritos.
También tenemos que poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles –algo sobre lo que el Papa guarda silencio, pero que se concentra en el mundo en desarrollo con una cuota desproporcionada que va a la gente más rica que puede permitirse un automóvil–. La eliminación gradual de los subsidios a los combustibles fósiles no solo reduciría la contaminación y el CO₂, reduciría la desigualdad y liberaría los presupuestos del gobierno para gastar más en educación y salud.
Y ese es el otro problema con la encíclica: en gran medida guarda silencio sobre la falta de inversiones climáticas que harían mucho más por los pobres del mundo que cualquier respuesta al calentamiento global.
El papa Francisco está con razón preocupado en ayudar a los más pobres del mundo. El cambio climático tendrá un impacto mayor en las personas más pobres. Pero esto es cierto para casi todo reto significativo en la Tierra. La pregunta es, entonces, qué políticas e inversiones harían la mayor diferencia para los más vulnerables. A esta pregunta, la encíclica del Papa proporciona las respuestas incorrectas.