Fausto Salinas Lovón, Cusco
Para Lampadia
La muerte de Fidel Castro Ruz, el nonagenario dictador comunista cubano, deja en la orfandad a miles de latinoamericanos que creyeron el “cuento” de la Sierra Maestra y de la revolución.
Fidel le dijo al mundo que “Cuba no sería más el burdel de los Estados Unidos”. Ciertamente lo logró. 58 años después de comunismo y dictadura, mujeres y hombres cubanos se prostituyen por menos de 30 dólares para visitantes de todo el mundo y no solamente para “estadounidenses”, ya que la prostitución se ha convertido en uno de los caminos para huir de la miseria, la frustración y la falta de oportunidades creadas por un cuento llamado “revolución cubana”.
Por eso, ante su muerte, cabe preguntarse: ¿Morirá también el castrismo?
Para responder estos es necesario tener presente que la historia del siglo XX de América Latina tiene dos engaños gigantes. El primero, el más acabado y aún vigente, es el peronismo en la Argentina, cuyo único mérito es haber convertido una nación de primera en un país más del tercer mundo, con el aplauso de muchos de sus propios ciudadanos que creyeron el engaño. El segundo engaño, tan grande y mítico como el anterior, pero de mayor presencia internacional, es el “cuento de la revolución cubana”: el castrismo. Ese que encandiló a tantos jóvenes de los sesenta y que es el sostén moral de la izquierda latinoamericana.
Según el cuento castrista, una pequeña isla en el Caribe, casi mono-productora, podía ser una nación igualitaria, con salud y alimentación para todos gracias al comunismo y este modelo se podía exportar a través de las guerrillas, el terrorismo y recientemente a través de gobiernos populistas. Sin embargo, este “cuento” no cuenta que ni la salud, ni la educación, ni el deporte del que tanto se jactan son internacionalmente competitivos. El “cuento” oculta que todo ello fue a costa de la vida de miles de disidentes y de la libertad de millones de cubanos, quienes apenas pueden toman una balsa para salir del Cuba. Lo que el “cuento” no cuenta es que la isla sólo estuvo a flote mientras “cubaneó” a la Unión Soviética, que la mantuvo como a uno más de sus portaviones instalados en sitios estratégicos contra los intereses norteamericanos. Lo que el engaño no dice es que luego de la caída del comunismo soviético, solo se mantuvo a flote gracias a Chávez, a quien le succionaron el petróleo y la libertad.
Sin embargo, quien mejor que Ismael Cala, un joven cubano, para contarnos la magnitud de este engaño:
“La nueva realidad despertó en mi generación toda clase de teorías sobre el posible rumbo del país. Yo era jefe de cultura de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y estudiaba el cuarto año de licenciatura en Historia del Arte. Fui escogido entonces como delegado al Congreso Nacional de la FEU, y que iba a presidir Fidel Castro. Era la época en que dos jóvenes que luego llegaron a ser cancilleres dirigían las organizaciones de la Juventud comunista. Roberto Robaina presidia la Unión de Jóvenes Comunistas y Felipe Pérez Roque, la FEU. Y yo estaba sentado en ese selecto grupo, a la espera de alguna pista sobre el futuro del país.
En esa época mi familia y yo apenas conseguíamos sobrevivir, como la mayoría del pueblo cubano. La comida estaba muy escasa. Se medía hasta lo más mínimo. Mi madre y mi abuela eran muy cuidadosas, casi magas a la hora de repartir y ahorrar.
Un poco de arroz y huevo hervido era todo lo que podía llevar a la universidad. Por el calor de Santiago de Cuba, muchas veces el huevo se fermentaba y el arroz se melcochaba. Cuando destapaba el improvisado recipiente, el olor era más fuerte que el hambre. Sin embargo no había otra cosa debía alimentarme para estudiar y rendir lo suficiente, más de una vez cerré los ojos, me tape la nariz y me trague la comida, sin pestañar. Hoy miro el camino recorrido, la resistencia para salir adelante y las lágrimas me estremecen. Así el panorama diario de Ismael Cala en 1990, salvo por una noche en la que Fidel Castro se dirigió a los delegados al Congreso de la FEU.
El “máximo líder” invitó a los 400 participantes a una recepción en el Palacio de la Revolución. Todos o la mayoría padecíamos la misma situación económica. Cuando entramos en aquel magnífico salón, de mármol negro, con enormes helechos en medio de las rocas, me pareció haber dejado el mundo real y estar en otra dimensión. Había enormes mesas con finos manteles y cubertería plateada. El local estaba dividido por secciones. La mesa caliente tenía todo tipo de carnes, pescados y especies que no podría describir pues jamás las había visto. Otras mesas ostentaban la mayor variedad de quesos que uno pudiera imaginar. Una estación proponía opciones para crear pastas. Otras ensaladas, vegetales. Ni hablar de los panes, dulces, vinos, licores, golosinas. Todo presentado como para una recepción de Estado.
¿Cómo podría ser proletario en la dictadura del proletariado si esa noche descubrí como vivía la Cuba poderosa?. Entonces entendí que no había una sola Cuba, sino varias. Cobré conciencia de que tenía que tomar las riendas de mi propia vida”.
Para destruir este engaño y hacer que muera junto con su dictador impune, hará falta entonces más que el optimismo de los exiliados y las movidas de la cándida diplomacia norteamericana. Hará falta la revelación del verdadero “cuento”, como lo hizo Cala en el libro “El Poder de Escuchar”.
Sólo la verdad hará que el cinismo, el chantaje, la infiltración astuta, el embuste artero y la mentira, principales emblemas que el castrismo le deja a la política latinoamericana y peruana, dejen de encandilar a miles de jóvenes latinoamericanos. Sólo estos testimonios ayudarán a América Latina a librarse de este engaño y permitirá que el “cuento de la revolución cubana” muera con Castro.