Por: César Delgado-Guembes
Fuente: Facebook
Entre la ignorancia de la gente sobre las consecuencias de la matemática electoral, la insuficiente reflexión sobre el problema, los intereses que se manejan, los impulsos emocionales, el sesgo político, y tanto factor adicional, quienes resultan elegidos terminan luego siendo víctimas que acaban condenados a la hoguera por sus electores, por lo cual el cargo de congresista, como el de otros altos funcionarios, debe ser debidamente comprendido y calificado como una ocupación de altísimo riesgo…
Saquemos la cuenta.
Somos aproximadamente 24 millones de electores.
Generalmente sólo votan alrededor de 18 millones y quedan sin votar 6 millones, que equivale al 25 por ciento de los “ciudadanos”
De los 18 millones, como consecuencia de la aplicación de las reglas electorales más o menos 4 millones votan en blanco o vician su voto. Esto significa que, además del 25 por ciento anterior, debe sumarse un sexto adicional que se excluye del proceso representativo (es decir, un 16%, para un total parcial de 41%).
Quedan 14 millones con capacidad de definir que partido entra al Congreso.
De esos 14 millones, alrededor de 4 millones no llegan a contar con representación en el Congreso porque los partidos por los que votaron, o no pasaron la valla electoral del 5%, o la cifra repartidora no les permitió contar con representación. Nuevamente, son 4 millones más que quedan fuera, que suma otro sexto, o 16% adicional, para otro total parcial de 57%.
En suma, solamente el 43% del electorado tiene alguna representación en el Congreso…
Pero ahí no queda el problema, porque quienes ocupan un escaño no son del mismo partido.
En el parlamento anterior los grupos parlamentarios iniciales eran 6, y terminaron en 12. En el parlamento actual los grupos parlamentarios fueron 9, y ahora son 10.
Eso trae un problema adicional, porque habiendo una pluralidad atomizada de alternativas partidarias ninguna tiene una mayoría clara. El electorado con mejor calidad representativa es el que votó por el partido que mayor cantidad de curules obtuvo en el Congreso… y el porcentaje de la población electoral que votó por quien alcanzó la mayoría parlamentaria difícilmente llega al 20 por ciento de quienes tienen registro electoral activo.
En efecto, en el parlamento anterior Fuerza Popular tuvo 73 escaños, es decir, el 56% de los escaños, con el voto de poco menos del 20% del voto del electorado.
En este parlamento no hay una mayoría clara, porque depende de la alianza que han formado 4 agrupaciones. Estas 4 agrupaciones, similarmente, representan al 18% del electorado.
Hasta aquí la parte de la matemática electoral.
El siguiente es el tema de los supuestos descrédito o falta de aprobación del Congreso.
Si nos proponemos chequear las tendencias en la aprobación del Congreso que toman Ipsos, Datum, CPI, GfK, o la que sea, por lo general es un 80% de la muestra que no está a favor del Congreso. IPSOS, por ejemplo, tiene un promedio de 24% que está a favor del Congreso entre los años 1993 y el año 2020, es decir, el promedio que está a favor del Congreso en 17 años (diecisiete!!!) es del 24% del electorado… en esos 17 años el promedio que no está a favor es del 76% anual…
Si hablamos del promedio ANUAL, eso significa que hay variaciones mensuales, semanales y diarias, según los procesos históricos que afectan el desarrollo de la sociedad. Por lo tanto hay semanas y meses en los que el Congreso no es aprobado por mucho más del 90% estadístico de la sociedad, y otros en los que el máximo a favor puede llegar alrededor del 50% de los encuestados.
¿No hay ninguna relación entre la lógica de la matemática electoral, y lo que se invoca como la voluntad popular expresada en las encuestas de opinión?
¿Quiere decir que la legitimidad se expresa mejor a través de las encuestas, o de las movilizaciones furtivas, episódicas, circunstanciales en contra del Congreso, que cuando, no una muestra estadística, sino, obligatoriamente, todo el electorado tiene la oportunidad de acudir a votar en los procesos en los que se consulta oficialmente qué es lo que, democráticamente, quiere elegir el pueblo?
En todo este juego intervienen, naturalmente, otras variables de análisis, como es el impacto que generan los medios de comunicación y el protagonismo o liderazgo que asumen quienes se oponen a lo que ocurra en el desarrollo de nuestra historia.
Ojalá que estas líneas no ocasionen decepción mientras se leen…
Pero, además, hay un factor en la base de todo este proceso representativo…
Digo que somos irrepresentables. No solamente porque existen estas deficiencias que resultan de la matemática electoral, o de las tomas que hacen los especialistas en demoscopía.
Somos irrepresentables porque los procesos representativos simulan el acto de representación a través de atributos que se le imputa al sistema electoral.
Ninguna persona conoce realmente a quienes integran una lista. Si no la conoce no puede confiar. Si no puede confiar, el elegido no ha recibido nunca la confianza del pueblo.
Puede ser que algunos de nosotros conozcamos personalmente a algún candidato. Pero no votamos por candidatos, sino por listas. Y además puede que conozcas a un candidato personalmente, pero puede ocurrir que tu candidato no gane.
La regla general es que votamos por quienes no conocemos ni en quienes confiamos. El conocimiento y la confianza o es personal o no hay ni conocimiento ni confianza.
Ese es el drama. Como la representación es, realmente, un imposible, tenemos que valernos del artificio de la matemática electoral para convenir colectivamente que el mal menor es tener “algún” tipo de representación, aunque no sea sino formal, simulado, imputado, artificial, a no poder tener ninguna.
Era por eso que Churchill decía que la democracia representativa es el peor de todos los sistemas políticos, excepto por todos los demás…
Los Congresos son el reflejo isomórficamente especular de nuestra demografía política y moral… Este es el sentido en el que somos exactamente representados por el Congreso y que, no obstante, negamos, porque expresa demasiado exactamente lo que somos como pueblo… Siendo ontológicamente irrepresentables, la estadística electoral nos dice que en el Congreso tenemos la axiológica y moralmente más exacta representación de quienes somos… Y ahí está la dimensión de la legitimidad que tememos reconocer, a pesar del carácter obscura y ominosamente irrepresentable del que emerge nuestro régimen político…
Ojalá que estas líneas sean de algún provecho o utilidad a quienes se interesen en comprender algo más por qué no será nunca fácil ser representados tal como lo imaginamos. La representación política nos desnuda frente a la precariedad sobre la que fabricamos, producimos y construimos nuestros siempre frágiles vínculos políticos.