Rafael Rey Rey
14/9/2021
Para Lampadia
Probablemente en los dos días siguientes a la muerte de Abimael Guzmán, la juventud peruana ha conocido más que en los 20 últimos años sobre las sanguinarias brutalidades con las que el terrorismo de este criminal quiso someter a nuestro país. Solo a raíz de la muerte de este asesino genocida, la prensa nacional ha recordado como debía, con testimonios, imágenes, artículos y comentarios, las atrocidades que vivimos en esa etapa de terror. Si en las dos últimas décadas esa misma prensa hubiese cumplido con responsabilidad su deber, millones de jóvenes habrían advertido, como lo hicimos los mayores, el peligro que representaba elegir un gobierno presidido por un pésimo profesor y compuesto por admiradores de Guzmán y sus cómplices y votar por un partido auto declarado públicamente como Marxista, Leninista y Mariateguista y liderado por un condenado por corrupción.
El daño ya está hecho y, aunque algunos no quieran darse cuenta, el peligro que corre el Perú es inminente y enorme. Sin embargo, así como lo único que permite el éxito de un golpe de estado es que los golpistas tengan el apoyo de la opinión pública, de las FFAA y de la prensa, lo único que puede impedir la implantación de una dictadura como la que pretenden quienes ahora detentan el poder, es la oposición firme de esas mismas entidades. Pero, cuando faltan valores morales y virtudes humanas y sobran incapacidades, cobardías y corrupciones, a lo único que temen los incapaces, los cobardes y los corruptos es a la prensa, así que ésta es la llamada a orientar al país indicando el rumbo.
Por eso es enorme la responsabilidad que muchos de los medios de comunicación y de sus directivos tienen sobre la crisis que hoy padecemos. Si cierta prensa no hubiese sido cómplice, como lo fue, en distorsionar la historia y vender una imagen falsa de nuestras fuerzas del orden, en ocultar hechos y circunstancias, en negar méritos a quienes correspondían y, en cambio, resaltar solo los errores y los escasos y singulares abusos de algunos equiparándolos con los abundantes y generalizados crímenes de los terroristas y de la izquierda comunista, hoy no estaríamos en la situación en que nos encontramos. No se habrían permitido las falsas conclusiones de la llamada comisión de la verdad. Varios de los “comisionados” no se habrían atrevido a formar parte de ésta por los conflictos ideológicos y de interés político que traían encima. El llamado lugar de la memoria no existiría y no habría causado el daño que sigue causando. El Estado no habría aceptado indemnizar a terroristas convictos y confesos con dinero de los impuestos que pagan las familias de sus víctimas, ni se habría humillado cumpliendo sentencias aberrantes dictadas por razones ideológicas y no jurídicas. Las hipócritas ONGs de DDHH no habrían podido adoctrinar a fiscales y jueces para perseguir a las fuerzas del orden, ni habrían conseguido liberar a terroristas con indultos inmerecidos y sentencias reducidas.
¿Ha cambiado esa prensa? En parte, pero no lo suficiente. Todavía no se atreve a apoyar con decisión y coraje la defensa del estado de derecho. Sigue sometida al pensamiento políticamente correcto y considerando “antidemocrático” el uso de algunas atribuciones constitucionales que, hoy más que nunca, deben ejercerse con firmeza y, con la excusa de un bobo “pluralismo” y haciendo de tonta útil, sigue dando cobertura y tribuna a demagogos y corruptos que quieren imponer un régimen socialista que solo conduce a la pérdida de la libertad, al atropello de nuestros derechos fundamentales, a la ruina económica y a la miseria social. Lampadia