Por Fausto Salinas Lovón
Un tiempo atrás, LAMPADIA acogió una reflexión anterior sobre las razones que nos llevaban a pensar que Chile iba a tropezar con el gobierno de la señora Bachelet. La reforma constitucional ofrecida en la campaña, era una de ellas.
Las noticias que llegan desde el Sur hacen pensar que efectivamente Chile está tropezando.
Su reforma tributaria ha incrementado la tasa de impuestos selectivos y ha subido, hasta en 7% la tasa para empresas, lo cual le ha restado competitividad de cara a la inversión privada chilena y extranjera.
La reforma educativa, impulsada para pagar la hipoteca electoral asumida con los jóvenes comunistas Vallejo y Jackson que agitaron las aulas universitarias para debilitar el gobierno de Piñera, apunta a poner más recursos en manos estatales y a eliminar las subvenciones directas que controlaban los propios ciudadanos, con lo cual se desincentiva la inversión en educación, so pretexto de la gratuidad.
La reforma constitucional anunciada a fines de abril pasado, si se efectúa conforme al programa electoral de la actual presidenta, impondrá límites sociales al derecho de propiedad y herencia, limitará la inversión privada y cambiará el rol subsidiario del Estado en la economía por uno protagónico.
Con estas reformas y con el escenario de conflictividad social impulsado por el “autoritarismo de la calle”, ese que al igual que en toda Suramérica busca llegar al poder con los paros, las marchas, los piquetes y los bloqueos, Chile tropezará inevitablemente y dejará de ser el mejor escenario para la inversión privada en Latinoamérica.
Cuando escribimos la nota anterior, nos interesaba mostrar el peligro de este tropiezo, ates incluso que la oportunidad que significaba esta situación para nuestro país. Dicho de otro modo, nos interesaba decir como podíamos evitar también el tropiezo y aprender del error ajeno.
Sin embargo, meses después, parece que el tropiezo e incluso la caída de Chile no deja lecciones en nuestro país y mucho menos es una oportunidad. Si bien no hemos alterado nuestras reglas de juego constitucionales o fiscales, tampoco hemos avanzado en la dirección correcta y parece que tropezamos por similares y otras razones.
En lugar de afianzar el Estado de Derecho y la institucionalidad, que son los principales productos que provee el escenario de estabilidad constitucional que vivimos, hemos minado gracias al populismo y la incapacidad del gobierno y sobre todo por la acción anti sistémica de “los mismos de siempre”, la institucionalidad del país, el sentimiento de respeto a la ley y el orden.
En lugar de atraer la inversión minera que perderá el entusiasmo por Chile, la espantamos a pedradas y huaracazos bajo falsos pretextos ambientales que los “mismos de siempre” emplean para disimular sus extorsiones groseras, que ni las sotanas del ex cura Arana pudieron disimular.
En lugar de avanzar en la reforma educativa que introduzca la meritocracia y despolitice al magisterio, que fue tal vez la única reforma emprendida seriamente por el gobierno aprista, hemos mediatizado la reforma al punto que ahora no solo hay uno sino tres sindicatos magisteriales disputándole al Estado su rol en la educación y envenenando a nuestros hijos con la lucha de clases y la dictadura del proletariado. Y en cuanto se refiere a la educación universitaria, hemos tropezado abierta e inconstitucionalmente, al otorgar al Estado el control de la vida universitaria en el proyecto castrense del congresista Mora, que antes que lograr la mejora en la calidad educativa busca poner dificultades a los rivales políticos de su jefe el ex-presidente Toledo que tienen universidades privadas bajo su manejo.
En lugar de simplificar nuestro Estado para hacerlo más esbelto y eficiente, lo hemos agrandado, engordado y ralentizado para contentar los pedidos controlistas de ambientalistas, frentes de defensa, defensores del consumidor e intervencionistas de todo pelaje, que a la primera que pueden dejan sus banderas y firman contrato con las empresas que buscaban controlar.
En suma, gracias a “los mismos de siempre”, los que desde mil facciones y marcas políticas de izquierda no quieren inversión, empresa, ni progreso y también gracias a quienes por razones pequeñas les hacen el juego, estamos tropezando al igual que Chile. Lo peor es que muchos de estos, que todo esto han causado, se llaman nacionalistas, pese a que juegan haciéndole el favor al vecino.
Sin embargo, el tropiezo de Chile continuará con la anunciada reforma laboral, que en su afán de fortalecer la negociación colectiva y los sindicatos, le dará una seria estocada a las ventajas competitivas de la economía chilena y, por otro lado, en el Perú, este quinquenio desperdiciado está llegando a su fin y tal vez, gracias al oportuno péndulo de la política peruana podamos tener una nueva correlación política distinta, más al centro y la derecha, que avance en el sentido correcto, en ese que evite tropezar con las mismas piedras.