La política exterior es hoy día para todos los Estados un mecanismo más complejo de relación con el mundo. La nuestra, sin embargo, ha parecido subyugada por el proceso de La Haya. El nuevo canciller, en apariencia, pretende un cambio de atención.
A pesar de ello, este no puede escapar al problema limítrofe que, facilitado por la debilidad de su antecesora, nos sigue proponiendo la rebeldía chilena en el ámbito terrestre. Ello a pesar de que el fallo reconoció que ese límite es el establecido en los instrumentos de 1929. El canciller desea, como corresponde, cambiar la pretensión chilena de ganar todavía más territorio peruano hasta la altura del paralelo del Hito 1.
Mientras se mantenga este cuestionamiento el Perú no puede decir que ha cerrado la problemática limítrofe si no desea caer en la imprudencia del pasado. El incremento de la interdependencia con el vecino, sin embargo, debe continuar.
Por lo demás, queda pendiente la “hipoteca boliviana” que causa incertidumbre en el sur del Perú mientras no se establezca que el Estado no cederá más derechos a cambio de nada.
Así, aunque la relación vecinal sea la mejor de la historia, quedan asuntos primarios por resolver. Especialmente cuando la problemática viene cargada de ideología en algunos vecinos, afectando seriamente el proceso de integración andino.
Este factor no ha sido indiferente en la creación de la Alianza del Pacífico, el más prometedor esquema de apertura de mercados en la región que, por temor a la reacción regional, enfatiza menos de lo que debiera su comunidad de principios que forma parte del interés nacional y colectivo.
De allí que la intención del nuevo canciller de promover la democracia, los derechos humanos y la integración en el ámbito político de Unasur difícilmente pueda alcanzarse con mero “pragmatismo” (que termina siendo una forma de acomodamiento) al margen de una mezcla eficaz de realismo y liberalismo.
Esta permitirá procurar una solución al conflicto venezolano (que genera fuerte inestabilidad regional) en lugar de seguir con la inefable tolerancia actual.
Especialmente si el agujero negro chavista atrae a la región las disfuncionalidades del cambio del sistema internacional expresadas en conflictiva reemergencia nacionalista, alineamientos peligrosos (Cuba, Irán y la caja de Pandora extremista que estos guardan) y proteccionismo creciente (que ha invadido hasta el G-20 para preocupación de la OMC y que se observa en la relación con Ecuador, Colombia y Brasil).
Estamos seguros de que la experiencia de nuevo canciller le permitirá darse cuenta de que si el Perú no hace nada al respecto en la región, menos podrá esperar que el escaso crecimiento del comercio global (4.7% este año por debajo del promedio de 5.3% de los últimos 20 años) mejore.
De la nueva política exterior tampoco estará ausente la promoción de la inversión extranjera, que el año pasado se redujo a US$ 10 mil millones, aproximadamente, reorientada a la diversificación productiva, si el Perú desea aspirar al desarrollo como se ha comprometido en el marco de la OCDE. Ello implica atenuar en lo que se pueda la brecha con Asia y captar mayores flujos en la región, que siguen prefiriendo, de lejos, a Brasil y México sobre el Perú, Chile y Colombia en las narices de la Alianza del Pacífico.
Ello supone recuperar el dominio económico de la Cancillería depredado sin ninguna explicación, la prioridad hemisférica tan golpeada por la indiferencia norteamericana y el alejamiento suramericano y la alerta al cambio del sistema del que no deseamos violencia terrorista, ni abandono occidental.