“Disolver, disolver… el Congreso de la República”. Lamentable frase que resuena todavía en la memoria colectiva. La decisión del entonces presidente Alberto Fujimori, anunciada la noche del 5 de abril de 1992, no solo violó la Constitución vigente sino que mandó a su casa a un destacado conjunto de personalidades que habían llegado al Parlamento con el Frente Democrático, liderado por Mario Vargas Llosa. La medida, sin embargo, le permitió a Fujimori elevar su popularidad. La opinión pública veía entonces al Congreso como un obstáculo para la solución de los graves problemas nacionales y, sin pensarlo dos veces, aplaudió.
El Perú salió del autogolpe con una nueva Constitución que tiene ya dos décadas de promulgada. La nueva carta mejoró el régimen económico con resultados evidentes en el desarrollo del país, pero no tuvo el mismo éxito con las instituciones políticas. En el caso del Congreso, la percepción es que ha sufrido un continuo deterioro. Aunque los ‘vladivideos’ que registraban la compra de los tránsfugas no han sido superados por los ramplones ‘robacable’ o ‘comeoro’, la reiteración de estos comportamientos indebidos ha dañado gravemente el prestigio de esta institución. Luego de las denuncias contra el congresista Michael Urtecho, la aprobación del Congreso ha caído al 9%, su mínimo histórico.
La mayoría de propuestas para solucionar esta crisis ha ido por el lado institucional. Hay quienes piensan que se requiere reemplazar los distritos múltiples por los uninominales, otros quieren eliminar el voto preferencial; y no faltan los que ven la salida en volver a instaurar el Senado. Sin embargo, ninguna de esas medidas ha generado consenso ni en la opinión pública ni en el actual Parlamento, la única institución con la capacidad de aprobar esas reformas.
Existe, sin embargo, un camino viable para recuperar la confianza de la ciudadanía en el Congreso; una medida que podría tener un gran impacto y cuyo objetivo podría resumirse en: “Limpiar, limpiar el [próximo] Congreso de la República”. Este objetivo es fundamental porque lo que más le indigna a la ciudadanía son los escándalos en los que, periódicamente, se ven envueltos algunos congresistas.
Esta medida consiste en reformar los plazos y los mecanismos para la elección de los candidatos. Actualmente, las listas para el Congreso se inscriben 60 días antes de las elecciones generales y luego de procesos internos de selección poco transparentes. Para contar con una mejor representación en el Legislativo se requiere, entre otras cosas, de un plazo más amplio, los ciudadanos necesitan conocer mejor la calidad de los candidatos. Cuando se inscriben las listas parlamentarias, la campaña presidencial está por entrar a la recta final; la atención pública se concentra en los presidenciables. Esa distracción permite a muchos personajes turbios llegar al Congreso.
La inscripción de las listas parlamentarias debería ser 90 días antes y no 60 como es ahora. Eso ayudaría. Pero, sin duda, lo que realmente elevaría la calidad de la representación sería el desarrollo de un proceso amplio y transparente de elecciones internas al interior de las agrupaciones políticas. El proceso debería desarrollarse mediante elecciones primarias organizadas obligatoriamente por la ONPE (ahora es opcional) y mediante voto electrónico, para evitar las tradicionales manipulaciones de padrones y actas que han caracterizado a tantos partidos en el pasado.
La realización de elecciones primarias abiertas de cuatro a seis meses antes de las elecciones llevaría a una revitalización de los partidos y les daría una mayor oportunidad a la prensa y las redes sociales para expurgar a los precandidatos y descubrir la madera de la que están hechos. Las elecciones internas son también convenientes para elegir candidatos presidenciales, regionales y municipales, pero los congresistas deberían entender que esta reforma es mucho más necesaria para recuperar la alicaída imagen de su institución. La pelota está en su cancha. De los actuales parlamentarios depende la posibilidad de elevar la calidad del próximo Congreso. El cambio debe empezar por casa.