Expreso, 11 de Mayo de 2017
Un jugador de fútbol que vino del extranjero para jugar por uno de los equipos más populares del país ha dicho que “al jugador peruano le falta carácter”, cuya percepción parece acertada porque siempre en ese deporte nos hemos acostumbrado al “casi” y a la abulia de jugadores que nos llevan de fracaso en fracaso.
Esa expresión nos ha llevado a reflexionar si la falta de carácter la debemos atribuir al pueblo peruano o a sus líderes, a pesar que muchos dirán que esta distinción es inútil porque los líderes nacen del seno del pueblo.
Si admitimos que los peruanos somos un pueblo sin carácter y, por ende, sin personalidad ni temperamento, tendríamos que reconocer que cargamos con una histórica carencia de autoestima por un resentimiento reprimido frente a los abusos cometidos en su contra por el poder de turno, cuyo sentimiento reprimido se torna en violencia frente a determinados estímulos que lo confunden y exasperan.
Reconocer que el pueblo no tiene carácter es un error porque provenimos de culturas fecundas, guerreras, creativas, con alta tecnología y que levantaron gigantescos imperios, aunque la conquista, que nos convirtió en una nación multicultural con un mosaico de mezcla de todas las sangres, haya generado solo la explotación de los muchos por el poder y el abuso de los pocos.
Esto lleva a la convicción que la falta de carácter radica en la clase dirigente, que se mueve, en democracia o en dictadura, como le viene en gana porque donde no hay institucionalidad no hay democracia sino autocracia pues los intercontroles, pesos y contrapesos no funcionan.
No es un secreto que los que llegan al poder, lo utilizan para sí y para su grupo de incondicionales, pero sin desarrollar políticas de Estado coherentes para el mediano y largo plazos que unan a todos los peruanos que tienen que transitar por un mismo camino para evitar que los odios se desaten.
El gobierno actual nos dice que nos sobra la plata, que la economía está más fuerte que nunca, que vamos a gastar más de diez mil millones de dólares en una espectacular reconstrucción, que se ha avanzado de manera extraordinaria en materia de seguridad, entre otras perlas; sin embargo, estamos embarrados en un espectro de corrupción que alcanza a casi todos y la respuesta es demasiado tibia. ¿Falta de carácter o miedo?