Juan Carlos Tafur, Periodista
El Comercio, 8 de agosto de 2017
Ni siquiera la izquierda venezolana o el llamado chavismo crítico han sido tan conciliadores con el régimen de Maduro como lo es la izquierda peruana. Mucho menos ha llegado a los extremos de ditirambo del congresista Manuel Dammert, seguramente más motivado por las fórmulas ideológicas bebidas en los 70 que por una objetiva constatación de la realidad.
Más allá del rotundo fracaso económico del modelo chavista, que brilla en el presente por el desplome del precio del petróleo, pero que se incubó en los tiempos de Hugo Chávez, lo inadmisible es la desembozada destrucción de los formas mínimas de la democracia representativa a la que se ha conducido Venezuela.
La izquierda siempre ha tenido problemas en adecuar sus criterios ideológicos a la realidad cuando ella le ha resultado adversa. Tardaron décadas en digerir la barbarie estalinista y tomar la distancia debida. En el Perú demoraron más de lo preciso en entender a la subversión senderista y emerretista como algo abiertamente divergente de lo que ellos supuestamente proponían, como demócratas conversos que decían ser.
Hoy los coge en falta la experiencia de Venezuela, donde también son lerdos en asumir que lo que allá se perpetra disiente radicalmente del esquema de modernidad política y económica que supuestamente dicen ahora defender.
A la derecha peruana le tocó lo suyo cuando las dictaduras militares de los 70 y 80, y luego con el fujimorismo, circunstancias donde se llevaron de encuentro no solo los cartabones de la democracia sino una línea de flotación mínima en materia de derechos humanos.
Buena parte de la derecha se entusiasmó con tales regímenes y por eso merece hasta hoy la más severa de las observaciones por su impostura y absoluta disonancia programática respecto del ideario liberal.
La izquierda no escapa del mismo rasero. Peor aun cuando marcha a contrapelo de las sensibilidades populares que supuestamente expresa y defiende.
Hoy, después de 17 años de recuperada, la democracia ha hecho carne en buena parte del país popular. Las elecciones, la prensa libre, la separación de poderes, la independencia de las instituciones no son valores republicanos de los sectores AB, sino un credo que ha irradiado.
Cuando la izquierda peruana coquetea con el chavismo y trata con guantes de seda lo que allí sucede, pone de manifiesto que en el fondo no tendría reparos en transitar por los mismos linderos si alguna vez llegase al poder.
Y así se aleja de toda sensatez como proyecto político. Justifica las cautelas que sobre la izquierda existen y a la vez se enajena el sentir popular mayoritario en el país, que no solo hace suyos los preceptos del emprendedurismo sino también de la democracia republicana.
Se entiende la dificultad de la izquierda para aclimatarse a la atmósfera democrática liberal. Su tradición es autoritaria y populista. Pero ya han transcurrido suficientes años para que digiera su inserción en el mundo capitalista y democrático. Cuando la izquierda peruana es cómplice del chavismo se vuelve reaccionaria y denota una terrible morosidad cognitiva.
La del estribo: Lectura necesaria la de “No soy tu cholo”, de Marco Avilés. Muy bien escrito, secuela de “De dónde venimos los cholos” (2016), torna explícito que la visibilización del racismo no basta y que hay que luchar con múltiples estrategias para desterrarlo de nuestras vidas cotidianas.