Marcos Ibazeta Marino
Perú21, 19 de octubre de 2017
En el artículo anterior dimos cuenta de un viaje por el norte y selva central para poder realizar un análisis comparativo de desarrollo y posibilidades respecto del sur del país, que también recorrimos en su oportunidad.
La primera conclusión es que el norte ofrece una mayor potencialidad de desarrollo, tanto por la minería (a pesar de los antimineros de doble discurso), la febril actividad agropecuaria, la infraestructura vial y la puesta en valor de innumerables posibilidades turísticas, especialmente entre Chiclayo, Lambayeque, Jaén, Bagua, Utcubamba, Chachapoyas, Leymebamba, Celendín y Cajamarca, que constituye un circuito extraordinario, tanto en turismo de aventura como cultural; sin olvidar el ingreso por Rodríguez de Mendoza al emporio de la selva central, comenzando por Nueva Cajamarca cuyo empuje económico en la industria, comercio y agricultura es realmente admirable, tanto que está sobrepasando las potencialidades de Rioja, Moyobamba y hasta del mismo Tarapoto.
La segunda conclusión es que, partiendo de Lima, la costa del norte será en el corto plazo la gran despensa de alimentos para todo el país con altas posibilidades de exportaciones de calidad con mayor valor agregado: la autopista desde Lima hasta Chiclayo está por concluirse y aunque debe pagarse peaje, uno lo paga con gusto al contar con una carretera de perfecto asfaltado; las carreteras de penetración hacia la sierra y selva también se encuentran en perfecto estado, salvo el trayecto en construcción entre Juanjuí y Tocache. Si se concluyeran de una vez los proyectos de Chinecas, Chavimochic en las etapas faltantes, Olmos que ya tiene la represa del río Huancabamba, Chira-Piura, entre otros, toda la costa norte sería tierra de cultivo y casi no se notaría el desierto, con lo cual el crecimiento económico del país no tendría que estar bordeando porcentajes de miseria y podríamos elevar el PBI a los niveles superiores al 6 o 7 por ciento anual.
Sin embargo, al salir de las ciudades no existe autoridad que brinde seguridad y las carreteras se convierten en vías de soledad por las cuales uno tiene que desplazarse rogando a Dios que no suceda ningún percance porque no existe auxilio alguno. No se ve ninguna patrulla policial que ayude, salvo cuando uno llega a un peaje para entrar a la ciudad o cuando en la periferia de las grandes ciudades están apostadas camionetas policiales para emboscar a los viajeros de manera selectiva… (CONTINUARÁ)…