El flamante presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, un politólogo de 56 años, centroizquierdista, que asumió el cargo hace dos meses, decidió terminar con cualquier culto a la personalidad y prohibió la colocación de su nombre en las placas inaugurales de las obras que se realicen durante su gobierno y ordenó quitar su retrato de todas las oficinas públicas. “Las obras son del país y no de un gobierno o un funcionario en particular. El culto a la imagen del presidente se acabó, por lo menos, en mi gobierno”, dijo el presidente.
Este hecho sorprende y reconforta porque nos permite ver una luz de esperanza sobre la política. Pero también nos permite advertir cuán alejados están muchos de nuestros supuestos líderes que creen que “ellos” son lo importante. Lo que pasa es que el culto a la personalidad, que critica Solís, es bien conocido y ejemplos sobran. Las placas son lo más pudoroso porque hay megalómanos –se aplica a las personas que sufren un trastorno mental que las lleva a creerse más importantes de lo que son– que hacen pinturas, canciones, estatuas suyas, de sus familias, que agregan fotos y nombres a cada obra, tanto a la primera piedra como a la última, ponen sus nombres a museos, puentes, calles, barcos, aviones, que pintan con sus colores partidarios cuanto hay o que componen con su nombre himnos interminables.
Esa actitud dice mucho de quien la impone y de quien la acepta, pero le hace mucho daño a la institucionalidad. Mientras la imagen del gobernante supuestamente se fortalece el Estado se debilita; mientras el megalómano se ensoberbece los ciudadanos le pierden respeto; mientras el culto se extiende las instituciones se extinguen. Tan malo como ese accionar enfermizo está también la forma en que muchas autoridades se refieren a la gestión para la cual han sido elegidos. Algunos hablan de “su gobierno” y de “sus políticas” revelando, en verdad, el poco respeto que tienen al Estado que siempre es lo que queda. Las obras, ni nada les pertenece. Son inquilinos, pasajeros y, en el mejor de los casos, empleados con fecha de salida. Y lo que hacen no es suyo sino de los que votaron y no votaron por ellos.
La política es un escenario complejo, a veces desconcertante, corrupto o violento pero también puede ser un espacio para sacar lo noble, lo grande, lo bueno y lo honorable de cada uno. Por eso, lo peor que podemos hacer es darle la espalda, sentirnos derrotados o apesadumbrados. Dejarla en manos de quienes la envilecen es sustraernos a nuestra responsabilidad. Política se hace también desde fuera; tomando nota de lo que pasa, comentando en familia y asumiendo una posición frente a los acontecimientos públicos. Recordemos que somos los ciudadanos los que tenemos el poder, a través del voto, y así como exigimos debemos aprender a participar más allá de una elección. Hay que asumir la ciudadanía política si queremos, en verdad, mejorar nuestro país.