Buen análisis de la situación por la que atraviesa Venezuela, aunque un elemento clave para entender lo que allí ocurre, se le escapó al agudo columnista: el gobierno de Caracas es manejado desde La Habana por dos hábiles titiriteros: los hermanos Castro. Este hecho cambia por completo la correlación de fuerzas al interior de Venezuela y será crucial para determinar el fin del régimen chavista.
Aunque los protagonistas son muy jóvenes, la actual protesta en Venezuela no es estudiantil, sino económica: la situación bajo el chavismo ya no da más. Nicolás Maduro quiere aprovechar la crisis para pasar a una dictadura abierta, es decir ya sin la cobertura electoral-democrática. Algo así como la cubanización de masas empobrecidas.
La situación económica ya no permite elecciones, ni prensa, ni libertades, ni actividad empresarial, ni protesta en las calles. Todo eso está marcado para desaparecer, a diferentes velocidades. Signo elocuente de los tiempos, de la crisis del papel higiénico se ha pasado a la deliberada crisis del papel periódico.
La cosa está cada vez más clara. Del pintoresco ataque de Hugo Chávez a los “majunches escuálidos” (insignificante, mediocre), se ha pasado al ataque a la burguesía y los fascistas. Se viene, pues, una grotesca mezcla de dictadura del proletariado, feudalismo cubano y evocaciones del frente soviético en la segunda guerra.
En efecto la cosa tiene mucho de economía de guerra. El dólar negro está a 84 bolívares, 13 veces la tasa oficial. Esta semana la empresa Toyota cerró su planta por tiempo indefinido, pues ya no consigue dólares para importar sus insumos. Todo esto en un creciente contexto de inflación, carestía y colas.
Mientras tanto se abre una Escuela superior de gerencia socialista venezolana, presumiblemente para reemplazar a la burguesía a la cual ya le anunció que no le dará un dólar más. De hecho al ritmo que va Maduro ya no va a tener dólares que darles: las reservas cayeron de US$30 billones en 2012 a US$21 billones en 2013, solo US$2 billones de eso líquidos.
Dos caminos en la actual encrucijada venezolana: un feroz ajuste estructural dentro del molde capitalista clásico (dentro del cual Venezuela sigue, a pesar de todo) o un proceso de estatización lo suficientemente radical como para desmovilizar a toda la población. En ambos casos las cartas hablan de golpe de Estado, con distintos protagonistas.
Chávez mismo supo manejarse entre las dos opciones, cuando había dólares suficientes para sus golpes de mano. Todo sugiere que el torpe Maduro va a intentar más bien repetir Cuba de 1960. Pero entre el austero verde olivo de Castro y el pintoresco colorinche de Maduro hay un abismo. El mismo que está esperándolo a la vuelta de un próximo muerto.
Llamar fascistas a quienes protestan contra el gobierno no puede disimular que Maduro gobierna cada vez más apoyado en bandas paramilitares, sombras de los camisas marrones del nazismo en su fase socializante. Las hemos visto en un nuevo ensayo esta semana, lanzadas contra masas que quieren efectiva democracia y acceso a bienes y servicios básicos.
Publicado en La República, 17 de febrero de 2014.