Cada día nos convencemos más de que la educación es la base del desarrollo. La lección se repite en editoriales, discursos y eventos: para el desarrollo nacional necesitamos ciencia y tecnología, y para la inclusión, el aprendizaje básico de lectura y aritmética en las escuelas rurales.
Pero extraña que la población que recibe la peor educación, la rural, es la que más ha avanzado en las últimas décadas. Ha logrado mejoras económicas superiores a las de la población urbana. Además, los niños formados en esas terribles escuelas rurales, que luego migraron a las ciudades, han registrado también una extraordinaria capacidad productiva. Han creado pequeñas y hasta grandes empresas. ¿Cómo explicar tanto dinamismo y éxito empresarial con deficiencias educativas tan grandes?
Una posible explicación podría basarse en la tesis del especialista británico sir Ken Robinson, quien argumenta que la educación estándar de los colegios es un menú desbalanceado, que se dedica al desarrollo del lado izquierdo del cerebro, el que controla el pensamiento y la racionalidad, pero descuida —incluso castiga— el lado derecho, donde el cerebro procesa las emociones, la intuición, lo artístico, y de donde nace la creatividad. Según Robinson, el currículo es apto para futuros contadores, administradores, abogados, ingenieros y programadores, pero castrante de la capacidad para innovar y crear.
Robinson explica que ese modelo educativo, hoy universal, nació en Europa cuando empezaba la industrialización y era necesario crear una fuerza de trabajo para las fábricas, convirtiendo campesinos libres en obreros disciplinados. Pero la ‘nueva economía’ se basa menos en la lógica ordenada de la fábrica y más en el invento continuo, priorizando la variedad, el diseño, la intuición vendedora, la creación de confianza y la agilidad emprendedora.
Se podría postular, entonces, que la educación óptima sigue un ciclo según el nivel de desarrollo. En una sociedad primitiva rural, la sobrevivencia depende de habilidades intuitivas y sociales. ¿En quién confiar? ¿Cómo ‘leer’ a las personas? ¿Cómo convencer? Se requiere, además, capacidades emprendedoras para responder con flexibilidad e imaginación ante las amenazas y peligros de un contexto de gran inseguridad y volatilidad.
Son conocimientos que se adquieren en el hogar, en la vida comunal y en el negocio familiar, más que en la escuela. Quizá la población rural peruana siempre haya tenido un alto nivel educativo, y que esa ‘educación’ resultó favorable para aprovechar las oportunidades abiertas por una fuerte reducción en las barreras de la distancia, por el acceso a tecnologías simples pero poderosas, y por la expansión de mercado que ha resultado de la urbanización y del desarrollo nacional en general.
Pero el futuro es otro cantar. Sin duda debemos seguir mejorando la educación de nuestro cerebro izquierdo, base del crecimiento tecnológico y formal. Pero se requiere a la vez una mayor atención al desarrollo de nuestro cerebro derecho, cuyas aptitudes son fundamentales no solo para el mundo de la pequeña empresa, sino también para el nuevo mundo formal, donde cada día es mayor el papel de la comunicación, el cultivo de los clientes, la flexibilidad, la innovación. Las aptitudes ‘criollas’ de la informalidad también son parte de la competitividad.
Publicado en El Comercio, 16 de diciembre de 2013