Por Juan Carlos Tafur
4.01.2022
“Si el centro no se imbuye de liberalismo, será más de lo mismo que hemos tenido durante la transición post Fujimori y que explica, en gran medida, por qué el país pateó el tablero y optó por un candidato disruptivo”
Tiene razón Felipe Ortiz de Zevallos cuando, en entrevista dominical en El Comercio, reclama la existencia de un centro político, como manera de fortalecer la democracia y su viabilidad, y de darle, al país, un eje de acción.
El desafío planteado comienza, sin embargo, cuando se trata de configurar ideológicamente ese centro. Porque claramente, no se trata de instituir una constelación promedial, sin controversia ni zanjamiento en cuestiones cruciales. Se busca un centro, no un punto medio aguachento.
Y eso pasa, claro está, por una postura alejada de los extremismos revolucionarios de la izquierda y los pasadismos conservadores de la derecha. Ni la dinamitación del statu quo ni su cimentación eterna.
En esa perspectiva, la única manera de que el centro no sea tan solo un polo inercial, carente de sentido reformista, es que se imbuya de una ideología liberal, capaz de plantear reformas estructurales importantes para la profundización del capitalismo competitivo (no el mercantilista que nos define) y, a la vez, para la institucionalización operativa de la democracia (no el sistema político electoral vacío de representación eficaz que hoy nos caracteriza).
Porque si el centro no se imbuye de liberalismo, será más de lo mismo que hemos tenido durante la transición post Fujimori y que explica, en gran medida, por qué el país terminó pateando el tablero y optando por un candidato disruptivo, a pesar de los indudables beneficios socioeconómicos que conllevó el proceso de semimercado desplegado (si hubiera habido política promercado en estos últimos 25 años, el Perú ya sería un país cercano a los indicadores de desarrollo primermundista).
Ese centro liberal bien puede albergar un ala de derecha y otra de izquierda, dependiendo de cuánto papel se le quiera otorgar al Estado en determinados aspectos (salud y educación pública, políticas sociales, derechos ciudadanos, etc.), pero adquirirá consistencia si pasa por una clara definición promercado y prodemocracia, por encima de cualquier circunstancia y sin ningún atenuante.
Ese centro se necesita en el Perú, capaz de ser, además, un polo de atracción creciente de filiaciones izquierdistas y derechistas que vayan migrando de posturas disidentes o reaccionarias, hacia fórmulas de cambios importantes, pero dentro de la gradualidad que exige la democracia.
Este centro, como tarea pendiente, por cierto, es algo muy lejano de lo que hoy, por un descarte topográfico (lo que no es, por un lado, Perú Libre o Juntos por el Perú, y no es, por el otro lado, Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País), llamamos así, generosa e injustamente. Un centro republicano y liberal, a fondo, es lo que el Perú requiere para recuperar la utopía bicentenaria. Lampadia