La presentación del pasado domingo del presidente Ollanta Humala (http://bit.ly/1kvbYwC ) quizá será recordada –y debería ser estudiada en todas las facultades de comunicación de las universidades– como una de las mejores muestras de cómo no se debe hacer una entrevista política. La forma y el fondo fueron, simplemente, un desastre.
En la forma, y de entrada, hubo un error garrafal. La distribución de los periodistas en la mesa fue pésimamente mal decidida. Rosana Cueva y Augusto Álvarez Rodrich estaban en los extremos derecho e izquierdo del presidente. Esto obligó al presidente a desplazar la mirada de un lado a otro, dejando la impresión, a los televidentes, de un entrevistado vapuleado. Los primeros minutos del primer bloque parecieron un apanado y generaron inseguridad que a la postre se tradujo en la debacle que todos vimos. Si ambos periodistas hubieran estado frente al presidente otra hubiera sido la percepción; Humala hubiera dirigido su atención, con los ojos, y esto le habría dado una sensación de dominio de escena que jamás tuvo.
En el fondo, lo visto ha sido simplemente catastrófico. El presidente definitivamente no planeó la entrevista, no verbalizó los mensajes y nunca tuvo –en seguridad, corrupción, economía, salud ni educación– ni las cifras ni las ideas claras. Nuestro presidente, en lugar de asumir como lo hace cualquier persona responsable, se puso de perfil, miró al techo, regaló su mejor gesto cachoso y fue incapaz de reconocer absolutamente nada. Según Humala su gobierno y el país caminan de maravilla.
Sobre Dacia Escalante culpó al ministro del Interior, sobre la ONAGI a la historia, de la parálisis económica, al mundo entero; en relación a las barreras burocráticas corrió traslado a los municipios, sobre la ola de crímenes y corrupción se la tocó de taquito al Poder Judicial y al Ministerio Público, y sobre Nadine corrigió a los periodistas: “no despacha”, “coordina”.
El presidente –una vez más y como ya nos tiene acostumbrados– no sólo desperdició una oportunidad de fortalecer su gobierno, generar confianza y conducir a la nación por el sendero de la sensatez, sino que evidenció que las razones de su caída en las encuestas corresponden a un desencuentro absoluto con la opinión pública que, frente a la caída de la inversión, al cerco de la delincuencia y a la disparada de la corrupción, sólo ve un gobierno incapaz. El presidente va a la deriva; sin rumbo, sin destino y llevando de pasajeros a todos los peruanos.
Nuestro país debe ser grande. Nuestra patria tiene que ser generosa. Nuestro querido Perú nos regala lecciones. No hay otra forma de entender sino, cómo a pesar de Ollanta, Nadine, de sus ministros –con honrosas excepciones– y de sus congresistas –sin excepciones–, hemos podido avanzar por lo menos 5% anual de crecimiento en el PBI. Eso, que sea nuestro consuelo porque en las cifras de inmoralidad, ineficiencia y nepotismo este gobierno ya camina en la dirección de batir todos los records históricos.