Es casi siempre una buena idea mirarse moderadamente en el espejo. Nos ayuda a identificar cómo lucimos. Pero excedernos no ayuda, no solo porque nos distrae de hacer las cosas que tenemos pendientes, sino porque uno puede idealizar lo que ve, subestimando los defectos.
Nuestro vecino del sur es sin duda una de las naciones más exitosas de la región. Según el Banco Mundial, el producto por habitante chileno en los últimos años –expresado en dólares duros del 2005– dobla el producto de un peruano (equivale al 222%) y fluctúa siendo un 50% mayor al producto por persona de un venezolano, argentino o brasileño. Además, su tasa de crecimiento durante la última década es también mayor a la registrada por cualquier otra de las naciones aludidas (excepto nuestro país, que creció sostenidamente dos puntos porcentuales por encima). Es decir, que –salvo a que nuestro vecino del sur cambie su brújula económica para mal en los años venideros (asunto que en la región no dibujaría un evento tan raro)– en los años siguientes las diferencias en niveles de vida podrían acrecentarse a favor de Chile. Desarrollo que resultaría relativamente verosímil si consideramos lo políticamente consolidado pero económicamente poco lúcido de los actuales gobiernos argentinos, brasileños o bolivarianos.
Sin embargo, el éxito económico chileno de las últimas décadas resulta poca cosa si nos ubicamos bajo una perspectiva global de largo plazo. El producto por habitante de un chileno se acerca al quinto del equivalente de un país desarrollado (Estados de Unidos, por ejemplo). Y su distancia respecto a los estándares de nivel de vida desarrollados –estadounidenses– es hoy tan pronunciada que si asumiéramos que Chile creciese a rajatabla por más de 60 años al ritmo que ha crecido en la última década (y Estados Unidos creciese solo a su pingüe tasa de la última década) simplemente… no alcanzaría.
Hablamos, pues, de un espejo –o referente económico regional– engañoso. Emularlo es posible, pero al hacerlo no habríamos hecho gran cosa. Seríamos otra nación sudamericana atrapada en las contradicciones políticas de un ingreso económico medio combinado con pretensiones de nación rica o subdesarrollada.
Los peruanos hoy debemos mirar con respeto, pero también con toda aprensión, los resultados de la última elección chilena dado su discreto y –cada vez menos– tácito tránsito hacia la izquierda, con cambio constitucional incluido. Frente a este debemos recordar nuestra propia historia. Nuestras décadas de retroceso y la siempre bien maquillada corrupción masiva de los gobiernos de izquierda (tanto con la dictadura velasquista como con la alianza Apra-Izquierda Unida).
Gracias a la izquierda local, Chile nos dobla en ingreso por habitante. Recordemos: antes del velascato y su Constitución (la de 1979) teníamos perfiles económicos similares. Luego Chile se reformó, abrió su economía y… nos pasó por encima.
Los peruanos ya experimentamos cuál es el camino del fracaso económico. Asimismo, hay que entender que nuestros vecinos tienen todo el derecho de aprender.
La pregunta relevante para nosotros es simple: ¿nos hemos dado cuenta de que debemos persistir en la ruta del esfuerzo, hacia una mayor apertura y énfasis en el mercado? Interrogante que ni siquiera nuestros diversos ministros de Economía parecen tener muy clara…
Publicado en El Comercio, 12 de marzo de 2014.