La inclusión financiera es uno de los principales motores del desarrollo económico. No solo está asociada a tasas más altas de crecimiento, sino que es generadora de bienestar entre aquellos ciudadanos que se incorporan activamente al sistema formal a través de distintos productos y servicios.
El acceso al sistema financiero facilita la acumulación de activos tanto físicos como humanos (inversión en educación), al tiempo que permite ajustar los patrones de consumo de las familias, incrementar la productividad de las firmas, enfrentar shocks exógenos y reducir las vulnerabilidades de los más pobres, expandiendo y fortaleciendo su vinculación a los mercados y las oportunidades que se derivan de los mismos. Como el trabajo de Esther Duflo, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), demuestra, los pobres suelen mantener estrategias sofisticadas en el manejo de sus finanzas familiares para hacer frente a las cambiantes y duras circunstancias a las que están sometidos.
En ausencia de sistemas financieros inclusivos, los ciudadanos dependen de sus ingresos inmediatos para invertir en educación, enfrentar emergencias o asumir nuevos emprendimientos que les permitan aprovechar importantes oportunidades de mejora. Esto genera niveles deficientes de inversión, socavando el bienestar de los involucrados. Para aquellos que se ven empujados a recurrir a mecanismos informales de financiamiento, los costos resultan exorbitantes y las condiciones altamente inseguras.
Por ello, no sorprende que la ”exclusión financiera” obstaculice el crecimiento y contribuya a perpetuar patrones desiguales en la distribución de los ingresos. Existe una alta correlación entre todos los indicadores de la inclusión financiera y los ingresos per cápita. De hecho, la literatura viene demostrando de manera empírica el notable efecto positivo que sobre los más pobres tiene el acceso al crédito. Esto se aprecia especialmente en el ámbito de las microfinanzas, cuyo impacto sobre los beneficiarios trasciende inclusive las métricas económicas tradicionales y se refleja en indicadores subjetivos de bienestar.
El Perú ha registrado un importante progreso en el frente de la inclusión financiera, como lo pone de manifiesto la gran expansión en las colocaciones, que se han multiplicado por cuatro en la última década. En ese sentido, la profundización del sistema ha resultado notable. Así, el año pasado las colocaciones ya representaban el 32% del PBI del país (apenas llegaban al 22% en el 2001).
En materia de accesibilidad también se corrobora una importantísima mejora. En efecto, durante el periodo 2007-2012 los puntos de atención del sistema financiero se cuadruplicaron, gracias en buena medida al crecimiento de los cajeros corresponsables, innovación que permitió potenciar la penetración, proyectando una presencia importante del sistema en zonas del país donde las instituciones financieras mantenían una presencia limitada.
No obstante el gran progreso registrado en todos los indicadores relevantes, aún tenemos un largo camino por recorrer para alcanzar los niveles de inclusión financiera deseados. La reducida densidad geográfica en zonas rurales y las dificultades de acceso asociadas a nuestra accidentada geografía plantea importantes desafíos. Por ello, el potenciamiento de canales no tradicionales y la incorporación de innovaciones como el “dinero electrónico” presentan alternativas interesantes para incorporar a más peruanos al sistema.
Publicado en Gestión, 5 de noviembre de 2013