Por: Madeleine Osterling
Perú21, 11 de noviembre de 2020
Nunca pensó que lo vacarían, su soberbia lo cegó. Jamás imaginó que las FFAA le darían la espalda, tuvo que bajar la cabeza e irse. Penosa historia de un vacador, vacado.
Llegó al Congreso altivo, con la soberbia del triunfo anticipado, merecido o arreglado, no interesa, pensó que no se iba y se dedicó a mentir durante 51 minutos, con un aire de superioridad insoportable. Parecía un Mensaje a la Nación, un discurso político y no una defensa de su idoneidad moral. Ni una sola palabra de disculpas, solo confusión y victimización: la antesala de su gran factura.
Su gobierno se caracterizó por una acumulación de decisiones destinadas a construir un sistema de imposiciones al ciudadano, sin una certeza clara de su constitucionalidad, atreviéndose a cuestionar, de la mano de un sumiso Tribunal Constitucional que se dedicó a servir sus intereses, la legitimidad de las mismas reglas de juego que utilizó para hacerse del poder: la vacancia como una figura de control político. ¿Quién le dio derecho para tanto maltrato?
Afortunadamente, argumentos deleznables y fabricados en el miedo como la inexistente estabilidad política, el manejo de la pandemia o la supuesta reactivación económica no prosperaron. Es que no se puede mantener a un corrupto en el poder, es el peor mensaje al país y al mundo. Tiene que prevalecer nuestra dignidad y la honorabilidad institucional.
Indispensable mantener en la memoria las actitudes de ciertos mal llamados demócratas: Pedro Cateriano, Rosa María Palacios, Verónika Mendoza, Julio Guzmán y George Forsyth. Irresponsablemente salieron a desinformar a la población y a invocar la desobediencia civil, hablando de golpe de Estado y de una caprichosa interpretación de las prerrogativas del Congreso. Cómplices de un gobierno autoritario y de un fraude de fraudes que consistía en implantar una dictadura bajo el disfraz de preceptos constitucionales que son retorcidos hasta lo grotesco.
El gobierno de Vizcarra sentó sus cimientos en el odio y en la persecución desde el primer día. Como bien dicen los investigadores Robert y Karin Sternberg “el odio no es natural, en el sentido de algo innato con respecto a lo cual los individuos no pueden actuar de otro modo, sino más bien cínicamente fomentado, bien por los individuos en el poder para mantenerse en él, bien por individuos que no se hallan en el poder con el fin de obtenerlo”.
Se ha liberado al Perú de un mentiroso compulsivo, de un dictador disfrazado de demócrata, de un instigador de odio que solo generó inestabilidad política y división en el Perú. La ceguera de los peruanos que han defendido a este régimen hasta el último minuto, como Ricardo Márquez, presidente del Sociedad Nacional de Industrias, quien expresó que la vacancia sería terrible para el manejo económico del país, es incomprensible. Si no se iba ahora, hubieran seguido saliendo pruebas de sus actos dolosos y presuntos delitos, generándose aún mayor inestabilidad. ¡Se tenía que ir!
La triste paradoja para Vizcarra es que este histórico 9 de noviembre, en que finalmente se vencieron todos los miedos, él y solo él, encarnó a la corrupción.