Por: Richard Webb
La película del siglo XXI está rodando, pero el director parece haber perdido el guion y estar improvisando la historia. Con tanta confusión, se entiende que algunos despropósitos de la economía pasen desapercibidos.
Para fines del siglo XX, por ejemplo, se había llegado a un amplio consenso profesional en cuanto a los mandamientos para el crecimiento económico, consenso que fue reflejado en las reglas para la membresía en el club de los países ricos – la OCDE – y en las recomendaciones del Foro Económico de Davos. Además, esa fórmula ha servido para hacerle un seguimiento anual a cada país, midiendo así sus avances o retrocesos en cuanto a las condiciones para el éxito económico. Sin embargo, los resultados económicos en lo que va de este nuevo siglo parecen haber olvidado las reglas establecidas.
Un primer caso es la lista de las diez economías más exitosas de los últimos veinte años, lista que incluye países con deficiencias tan severas que sus posibilidades de desarrollo parecían casi nulas hace dos décadas. Así, las reglas ortodoxas no permitían vaticinar el extraordinario crecimiento de 9.0 por ciento anual que lograría China en lo que va del siglo. Y aún menos que Etiopía casi igualaría ese despegue con una tasa de 8.9 por ciento, volviéndose la segunda economía más dinámica del mundo durante el siglo a pesar de transgredir severamente las reglas recomendadas. Así, Etiopía registra un alto nivel de corrupción, es poco democrática, y registra bajos puntajes en cuanto a niveles de educación, salud, infraestructura, e instituciones básicas. El tercer país más dinámico fue Cambodia, cuya economía creció 7.7 por ciento al año a pesar de sus severas limitaciones institucionales, de infraestructura y de educación, y de tener una de las más altas tasas de corrupción.
Los otros “campeones” del crecimiento del nuevo siglo han sido Uganda, Tanzania, Bangladesh y Vietnam, todos con más de 6 por ciento de crecimiento anual durante veinte años. Entrando al nuevo siglo, lo que tenían en común esos países era una pésima institucionalidad, poca democracia, bajos niveles de educación y de salud, alta corrupción, y grandes deficiencias de infraestructura. Según los índices del Foro Económico Mundial de años anteriores, ninguno de esos países tenía posibilidades de desarrollo sin antes realizar profundas reformas políticas e institucionales. Pero, a pesar del poco esfuerzo reformista, todos superaron cómodamente el crecimiento de la mayoría de los países de la OCDE.
Mirando la evolución económica de distintos grupos en el Perú desde el inicio del nuevo siglo, descubrimos un contraste similar entre el crecimiento esperado según los cánones de la economía, y el crecimiento que realmente se dio desde inicios del siglo. Si existiera un índice de potencial económico para las grandes áreas y regiones del Perú, por ejemplo, el potencial más alto probablemente sería el de Lima, y el más bajo el de la economía rural de la Sierra. Las posibilidades productivas de la Sierra rural se encontraban limitadas por un conjunto de deficiencias educativas, de salud, de infraestructura, de gobernanza y de informalidad. Pero, a pesar de esas limitaciones, el ingreso personal promedio en las áreas de sierra rural aumentó en 2.6 porciento al año entre 2007 y 2019, mientras que en Lima el aumentó fue apenas 0.6 porciento al año. De igual manera, si dividimos la población activa de Lima y la Sierra entre formales e informales, el aumento en el ingreso real de cada grupo entre 2007 y 2019 resultó ser de cero en el caso de los formales en Lima, y de 2.6 por ciento al año en el de los informales de la Sierra. Como decía al principio, vivimos años de confusión, y que no se limitan al COVID.