Por Alfonso Bustamante Canny
Perú21, 14 de junio de 2020
La noción de justicia debe estar en el tope de las prioridades de todo líder. Sin embargo, es común confundir la justicia con la igualdad.
La igualdad entre los seres humanos es utópica, puesto que todos somos diferentes en género, rasgos físicos, ideales, orígenes, creencias religiosas, costumbres y muchas otras particularidades que nos hacen únicos. La igualdad a la que debemos aspirar es a la igualdad de oportunidades, sin importar origen, raza o clase social.
La justicia es definida por Aristóteles como “dar a cada ciudadano lo que le corresponde según sus necesidades y aportes en la sociedad” y por el jurista romano Domicio Ulpiano como “la constante y perpetua voluntad de conceder a cada uno su derecho”. Este introduce el concepto de los derechos de las personas para definir la justicia. Los ciudadanos tenemos derecho a la vida, a la libertad, al trabajo remunerado, al intercambio equitativo, a elegir a nuestros gobernantes, nuestra religión, a manifestarnos y tenemos derecho a la protección del Estado.
La tesis de una “justicia asignativa” que propone la izquierda estilo Robin Hood, quitando a los ricos para repartir a los pobres, tiene un gran problema: no genera riqueza, y termina por consumir los recursos de la nación, empobreciendo a sus ciudadanos. Numerosos experimentos a gran escala se hicieron en la historia de la humanidad con idénticos resultados: pobreza y desolación.
La fortaleza de una sociedad radica en que el mayor número de individuos pertenezca a una clase media educada, robusta y competitiva. ¿Cómo lograrlo? Generando empleo productivo y competitivo. Esto solo es posible combinando dos factores: capital (inversión) y conocimiento. En otras palabras, HACER EMPRESA.
La economía social de mercado es la mejor herramienta para generar riqueza y permitir a sus ciudadanos crecer y prosperar, donde la empresa privada genera empleo y bienestar; y un Estado pequeño, solvente y competente que atraiga inversionistas y fiscalice el cumplimiento de sus obligaciones, procurando el crecimiento del sector productivo. Hay que destacar el gran aporte a la nación de aquellas entidades gubernamentales que entienden así su función y, junto a la empresa, generan riqueza para más peruanos. Un Estado elefantiásico dilata el crecimiento y nos condena a la mediocridad; por ende, urge reducir su tamaño. A pesar de ello, en los últimos 15 años, el Perú ha logrado reducir la pobreza de 59% a 20% gracias al empleo formal privado. Aún falta mucho para sacar a ese 20% del flagelo de la pobreza.
La pandemia global afecta a la salud de los peruanos y el aislamiento económico obligatorio genera monumentales pérdidas económicas y de fuentes de trabajo. Nuestras reservas económicas, acumuladas durante los últimos 28 años por el crecimiento económico, se ven mermadas por la necesaria solidaridad con la población más vulnerable.
Toca reconstruir la economía en un contexto en que la pandemia ha llevado a la economía mundial a la crisis más severa desde la Gran Depresión y cuyos efectos no hemos sentido aún por estar en cuarentena económica. Es por ello que resulta inexplicable el torrente de iniciativas populistas antiinversión privada del Congreso de la República y la pasividad y complacencia del Ejecutivo ante ellas, lo que ha generado un retroceso en la clasificación de riesgo a las emisiones de deuda peruana en moneda nacional, y amenaza con degradar la calificación a todas las emisiones internacionales del Perú cuando más requerimos apoyo financiero internacional y atraer inversionistas para recuperar la economía. Estamos navegando hacia una tormenta perfecta y los que pilotean el barco están perforando el casco.
No se puede defender el trabajo si la fuente de empleo se ha perdido. Un retroceso del 15% del PBI en el año representa US$35,000 millones de menor actividad económica. Dinero que se esfumó y que estaba dirigido a pagar sueldos, comprar mercadería, amortizar deudas y al ahorro. Todo eso se habrá perdido si no enmendamos de una vez por todas el rumbo y nos ponemos a atraer inversiones. Ya lo hicimos antes y lo podemos volver a hacer. El Perú es un país de emprendedores.