A pesar de tener más de mil años, el ajedrez es un juego que evoluciona permanentemente. Uno de sus cambios más importantes se dio cuando François Philidor señaló la importancia de jugar con los peones. Creemos que algo parecido debe pasar en nuestro ambiente empresarial, donde las pequeñas empresas podrían aportar mucho al desarrollo, si se les considerara en una estrategia integral.
En los inicios del ajedrez, “juego del rey”, se usaban de manera estratégica solo los caballos, alfiles, torres y reina, las piezas más grandes y ágiles. Los peones o soldados, más numerosos pero menos móviles, eran considerados prescindibles y se les sacrificaba para jugar más libremente. Hasta que en el siglo XVIII el músico y ajedrecista francés François Philidor cambió la historia, al darle a los soldados una función estratégica fundamental en el juego.
En nuestro país les damos gran importancia a las empresas grandes y poderosas, las transnacionales, las agroexportadoras o las que requieren fuertes inversiones como la minería. Nos preocupamos por su bienestar y seguimos su desempeño porque sabemos que aportan mucho a la economía. Por el contrario, minimizamos a las pequeñas empresas, más frágiles y numerosas, y hasta a veces, por su informalidad, las vemos como un problema del que hay que librarse. Como en el ajedrez antes de Philidor, nos preocupamos por las torres y caballos, y no tomamos en cuenta a los soldados, las pequeñas empresas a las que a veces hasta queremos sacrificar.
Ignoramos así que jugar solo con los grandes tiene también desventajas y peligros. Si desaparece la anchoveta una temporada o no se construye la gran represa, sabemos que el PBI se verá muy afectado, y lo vemos hoy con el tema minero, cuya caída descuadra todo el crecimiento del país. Sucede como en el ajedrez: si nos comen una torre, la posibilidad de perder el juego se incrementa mucho, y si cae la reina, la derrota es inminente.
Por otro lado, no aprovechamos las ventajas potenciales de la pequeña empresa, como su flexibilidad y su capacidad de generar empleo. Ignoramos así que las pequeñas son las mayores generadoras de trabajo en el país, y que siendo más flexibles para adaptarse a los tiempos, pueden arriesgarse más en innovar. Además, no apreciamos que si se pierde alguna, quedan muchas otras para defender su posición.
¿Pero no son dañinas por su informalidad? Su informalidad no es buena, pero ella resulta en parte de que al no haber reconocido su importancia no les hemos dado un lugar en nuestra estrategia. No hemos hecho como en Suiza o Corea, donde las pequeñas empresas son parte formal de la cadena de producción y comercialización de las grandes; o como está haciendo hoy Colombia, que fomenta el crecimiento exportador de sus empresas chicas.
Es tiempo entonces de pensar como Philidor: en lugar de minimizar a nuestras pequeñas empresas, hay que ponerlas como parte importante de nuestra estrategia empresarial de desarrollo. Así, tendríamos un ejército más fuerte en el tablero de la competencia internacional.
No olvidemos finalmente otra regla del ajedrez; que si un peón llega a la pared contraria, puede pedir convertirse en reina, en alfil o en lo que más desee el estratega. Tremendo potencial.