¿Por qué, a pesar de quejarnos del tráfico creciente en nuestras ciudades, los limeños no usamos más motos, como lo hacen los italianos, o bicicletas, como los holandeses? Viendo el problema desde una óptica de intercambio, podríamos pensar que la causa es la falta de oferta, es decir de infraestructura adecuada en la ciudad para ello. Sin embargo, creemos que la solución está más en el lado de la demanda de los ciudadanos. Veamos.
Los limeños no nos movilizamos más en moto o bicicleta sin duda no por desconocimiento de sus ventajas, pues la mayoría sabe que así llegará más rápido a su destino, economizará dinero y hará ejercicio moderado. También sabe que la ciudad es plana y sin extremos de clima, ideal para el transporte ligero. Más aun, manejar bicicleta o moto es más fácil que manejar automóvil, y su precio es inmensamente menor que estos, sin sus problemas de parqueo y cuidado.
Sucede que, a pesar de sus ventajas, los peruanos no usamos bicicletas fundamentalmente por el alto riesgo que significa montar en dos ruedas, afrontando el abuso de combis y automovilistas en un ambiente que les da preferencia. Por ello, esperamos poder usarlas cuando los gobiernos construyan o designen pistas especiales y hagan cumplir las leyes de preferencia a las dos ruedas.
Pero por esa misma razón las autoridades no hacen obras para favorecerlas, aun conociendo las ventajas que representan para la calidad de vida de los ciudadanos. En efecto, al no ver ciclistas (es decir votantes potenciales) en las calles exigiendo facilidades, y por el contrario al encontrar una inmensa cantidad de votantes en autos y combis pidiendo mejoras para su modo de transporte, terminan favoreciendo a los segundos. Un círculo vicioso clásico.
¿Cómo se soluciona el problema? Hay dos formas. Una, que autoridades visionarias, en lugar de más obras para autos decidan hacerlas para los vehículos ligeros, sabiendo que la demanda se hará efectiva apenas exista la oferta adecuada. La otra, que los ciudadanos rompamos ese círculo por el único lado en que tenemos fuerza efectiva, el de la demanda real como forma de presión.
Solamente, si empezamos a salir a las calles con nuestras motos y bicicletas (manejando con inmenso cuidado, con casco, timbre y etcétera), obligaremos a autoridades y automovilistas a cambiar su actitud. Tal vez así veremos aparecer, poco a poco, ordenanzas que faciliten el tránsito de los vehículos ligeros, semáforos que les den prioridad, taxistas que miren bien a quién tienen al lado, y tal vez, un poco más tarde, hasta pistas reservadas. Y en ese momento más y más personas decidirán guardar sus autos y usar más sus dos ruedas, con lo cual se generará el círculo virtuoso que todos esperamos.
Entiendo que algunos lectores considerarán muy riesgosa e ingenua esta proposición. Sin duda es riesgosa, porque para iniciarla se necesita gente valiente, que siga la trocha que ya están abriendo algunos usuarios, casi kamikazes de las dos ruedas. Como mi amigo Fernando, alto ejecutivo que se moviliza en moto, y mi hijo Arturo, que va y viene en bicicleta a su empresa. ¿Pero ingenua? Tal vez no, porque, pensándolo bien, ¿no es más ingenuo esperar a que nuestras autoridades tomen la iniciativa y pongan sus recursos en algo que, solo aparentemente, no tiene mayor demanda en sus votantes?
Publicado en El Comercio, 31 de marzo de 2014.