Por: Richard Webb
Vivimos dos guerras simultáneas, el COVID y el colapso económico, pero se cree que el enemigo en cada caso es el mismo, la legendaria informalidad peruana. Así se explicaría la especial gravedad tanto del virus como de la recesión en nuestro caso. En ambos aspectos registramos cifras entre las más desalentadoras del mundo. Pero, si el enemigo está tan plenamente identificado, ¿por qué somos incapaces de vencerlo? Quizás la explicación está en una reflexión del filósofo y estratega militar de la China antigua, el general Sun Tzu. “Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas, nunca saldrás derrotado,” escribió unos cinco siglos antes de Jesús. En realidad, ¿entendemos nuestra informalidad?
Antes de explicaciones teóricas, conviene precisar algunas dimensiones visibles del fenómeno. La cifra más citada es la composición inusualmente alta de informalidad en la fuerza de trabajo, 73 por ciento según el INEI, cifra que además se ha mantenido en esos niveles desde hace muchas décadas a pesar del salto productivo de toda la economía. Una segunda dimensión es el menor nivel de ingresos que caracteriza a ese sector, apenas un tercio del que reciben los trabajadores formales.
Pero la información que más ayuda para acercarnos al mundo informal se refiere a su diversidad productiva. El estereotipo de la informalidad es el vendedor ambulante, pero nueve de diez informales no son ambulantes. Un tercio de los informales trabaja en el campo como minifundistas y obreros agrícolas, diseminados por una multiplicidad de parajes y pequeños pueblos de costa, sierra y selva. De igual manera, una alta proporción de las ocupaciones no agrícolas se encuentran dispersadas en miles de centros poblados. Entre las ocupaciones importantes para los informales e independientes se encuentra una abundancia de choferes de mototaxi, buses y camiones, trabajadores domésticos, cocineros en establecimientos, una gran variedad de trabajadores de construcción, vendedores en tiendas, e incluso obreros contratados por el estado sin ser formalizados.
Una faceta adicional en la diversidad productiva de los informales es la frecuencia del trabajo múltiple en las familias de todo nivel de ingreso. En el tercio más alto en la distribución de ingresos, por ejemplo, más del 40 por ciento del ingreso total es obtenido en empleos informales desempeñados en muchos casos por profesionales titulados. Una alta proporción de los trabajadores del estado combina su empleo oficial con actividad privada que, con frecuencia, es informal, práctica notoria entre los maestros, los trabajadores de salud y los policías. Se ha estimado, por ejemplo, que entre uno y dos de cada tres maestros contratados por el estado tienen una segunda ocupación, algunos en colegios privados, pero muchos en diversos negocios y tareas desvinculadas con la educación.
Otra dimensión del fenómeno de la informalidad laboral es un efecto de la fuerza de la familia como unidad de decisión y de bienestar. Muchas veces la opción a favor de un trabajo informal se debe al valor – sea monetario o subjetivo – de poder trabajar en casa propia o cerca al hogar, como es el caso de jóvenes madres o adolescentes o adultos mayores, opción que contribuye a la seguridad, a reducir costos de movilidad, y a la posibilidad de combinar horas de trabajo con los estudios o cuidado de niños o simplemente con las tareas de ama de casa. Algunos lamentan que muchos jóvenes “ni estudian ni trabajan” según los datos oficiales, pero se trata de una clasificación que no tiene en cuenta la lógica del adolescente que se prepara para exámenes de ingreso y al mismo tiempo trabaja horas en algún negocio familiar o cercano.
La informalidad es un enemigo, pero vencerlo pasa primero por entenderlo.