Jaime de Althaus
Para Lampadia
La permanencia de Héctor Béjar en la Cancillería era un escándalo absolutamente inaceptable. Su teoría conspirativa acerca de Sendero Luminoso, que no solo negaba su origen ideológico marxista sino que agraviaba a las fuerzas armadas y a los peruanos, sobrepasó todos los límites imaginables.
El origen de Sendero Luminoso es conocido. Nació en 1964 como una escisión del Partido Comunista del Perú-Bandera Roja que, a su vez, fue un desprendimiento maoísta del moscovita Partido Comunista Peruano, fundado originalmente por José Carlos Mariátegui en 1928 con el nombre de Partido Socialista peruano.
Lo que hizo Sendero fue llevar a la práctica la tesis marxista de la lucha de clases y del partido como vanguardia del proletariado para la toma del poder por medio de la guerra popular. La violencia como partera de la historia.
Sendero Luminoso fue una máquina ideológica del terror y la muerte. No tenía reparos en matar campesinos si ello se requería para avanzar en el control de las “zonas de apoyo”. La “cuota de sangre” era necesaria. La ideología justificaba el asesinato. El individuo no existía. Solo la razón colectiva.
La Comisión de la Verdad nunca reconoció cabalmente que la causa del terrorismo fue la ideología comunista.
Y los partidos de izquierda marxista, primos hermanos de Sendero Luminoso porque todos descienden, a la postre, del primigenio Partido Comunista Peruano –que aún existe-, jamás deslindaron claramente con Sendero Luminoso y tampoco con el MRTA, de origen castrista. Para el PUM y Patria Roja, los senderistas eran compañeros con los que compartían el mismo objetivo –la toma del poder, la revolución- pero que habían equivocado la oportunidad: no estaban dadas aun las condiciones objetivas y subjetivas para la lucha armada.
Las heridas que dejó el terrorismo fueron muy hondas, pero a la postre fue derrotado gracias a una estrategia inteligente que combinó una alianza con los campesinos dándoles armas y apoyo social, inteligencia policial en las ciudades para capturar a las cúpulas en lugar de desaparecerlas, y juzgados sin rostro para procesar a los terroristas.
Al cabo, sin embargo, el ejecutor de esa exitosa estrategia terminó en la cárcel por actos criminales de un grupo militar extrínseco a esa estrategia central y victoriosa, mientras los grupos terroristas rendidos y execrados terminaron, por arte perversa, encaramados en el gobierno 25 años después de su derrota militar.
En el gobierno de Pedro Castillo se han juntado todos los linajes.
Allí están los distintos miembros de la familia senderista: los profesores de Conare-Movadef, incluyendo al ministro de Trabajo Iber Maraví; filo senderistas como Guido Bellido e investigados por vinculaciones con el Militarizado Partido Comunista (VRAEM)-narcotráfico como Guillermo Bermejo, Vladimir Cerrón y el propio Bellido.
Participan también miembros conspicuos de la familia castrista, como Roger Nájar y Anahí Durand, con relaciones relativamente recientes con el MRTA. Por supuesto, todo Perú Libre, nieto del MRTA y castrista hasta la médula, para no hablar del inefable Héctor Béjar, ex guerrillero del MIR y defensor inaudito de Sendero Luminoso, ya felizmente expectorado. Y Roberto Sánchez, de Juntos por el Perú, el partido que fundó Yehude Simon.
También comparte el poder la familia maoísta. Allí están Pedro Francke y Anahí Durand a quienes Cerrón llama caviares, pero pertenecen a Nuevo Perú, descendiente del PUM. También participan algunos ex Patria Roja, originalmente hermana de Sendero, como asesores de Pedro Castillo. El Frente Amplio de Arana tiene su cuota: el ministro de Agricultura Iván Quispe. Ninguno de estos ha sido terrorista, pero en su momento no deslindaron lo suficiente.
¿Cómo explicar el engaño colectivo en el que ha caído el país, que recién ahora se percata de que eligió a un gobierno con componentes filo senderistas y con un plan claramente orientado a imponer un modelo bolivariano o comunista? Todos esos elementos eran visibles. ¿Por qué no se vieron? Quizá en parte por el anti-fujimorismo, derivado de la manera cómo intentó Fujimori perpetuarse en el poder y de las acusaciones por violaciones de derechos humanos que lo demonizaron, todo lo cual invirtió de manera pérfida la percepción de quiénes habían sido los victimarios durante la violencia política y después de ella.
El hecho es que tenemos un gobierno que se vuelve moralmente intolerable, y no solo por su composición ideológica y política, sino por la incompetencia y prontuario de muchos de sus altos funcionarios. El caso Béjar debería servirle como un shock de realismo político para darse cuenta que si no depura a sus miembros, aleja a Cerrón y busca la confianza del Congreso con un gabinete de consenso y no de guerra, puede tener sus días o meses contados. Lampadia