Alfonso Baella Herrera
Posición.pe
08 de junio de 2016
Sin duda la democracia y la institucionalidad han sido los grandes ganadores si miramos de lejos el proceso político peruano. Cuarta elección consecutiva sin interrupciones, congreso renovado y –cuando ONPE termine el conteo- presidente o presidenta elegidos en segunda vuelta. Más allá de lo ajustado de los resultados finales nuestra joven democracia se va consolidando a trompicones y arañazos. Más allá del polvo que levanta cualquier conflagración es necesario ver las cosas y los actores en perspectiva.
La fuerza, estructura y presencia del fujimorismo es una realidad con la que hemos vivido y viviremos aún muchas décadas más. Es necesario por lo tanto transparentar toda su estructura partidaria en función de continuar en los procesos democráticos. Es un capitalismo popular que ha crecido sobre todo en el norte del Perú. Es la mitad del electorado y es la fuerza más grande electoral y políticamente hablando.
Luego está el antifujimorismo. Donde hay mucho de izquierda y otras fuerzas pero que sólo funciona plenamente y se activa cuando está frente a su rival, el fujimorismo. En la primera vuelta hizo un guiño pero ni el Frente Amplio pudo capitalizar en votos ese sentimiento. El antifujimorismo solo vive por el fujimorismo. Le debe su pasado, su presente y su futuro. Lo demás del espectro político no hace la diferencia.
Por lo tanto si uno se ha convertido en un partido y se proyecta hacia el futuro, la pregunta es si el anti debería seguir la misma suerte. Tiene líderes visibles, mediáticos, políticos, masa y organización. ¿Por qué no se institucionaliza? La oposición por oposición aunque levante las nobles banderas del ambientalismo y la moral públicas deberían también mostrar una propuesta. Solo la oposición no basta para gobernar; porque el anti parece entonces un mero oportunismo que aparece como parásito de tanto en tanto. La izquierda camuflada dentro del anti medra en sus predios pero no le interesa que el anti se formalice porque lo necesita como carne de cañón, como tropa, como masa en la calle mientras ellos hacen lo suyo en puestos públicos y consultorías.
Por eso, si la opción electoral que los antis apoyaron termina ganando será el gobierno, en el inicio, más débil y precario en la historia del Perú. Sin mayoría congresal, con una bancada apenas de 18 congresistas totalmente fraccionada, sin operadores políticos de nivel que generen confianza, sin masas y sin un líder con perspectiva de largo plazo. Y, lo más curioso, con más de la mitad de los votos que lo llevaron a ganar –el voto anti- que no le pertenece ni lo quiere exitoso porque su fracaso, en el gobierno, es el camino de sus líderes hacia el 2021; solo lo acompañaron para oponerse a otra opción. ¿No sería mejor, por ello, que el anti sea partido político? ¿O solo piensa vivir en el recuerdo de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos o en el mito de las esterilizaciones o de las acusaciones de narcoestado?
Esta es la paradoja que nos plantea los resultados del 5 de junio. Difícil futuro si no se habla con sinceridad.
Lampadia