“Tendría que trabajar 16 horas al día y dormir con pastillas (y pesadillas) las otras ocho. Me distanciaría de los empresarios porque les negaría muchos pedidos y, como no pertenezco al partido de gobierno, es más que seguro que terminaría peleando con sus congresistas. Finalmente, me botarían con un montón de juicios por enfrentar… ¡Y todo para ganar menos de lo que gano ahora!”.
Esa fue la reflexión de un profesional cuando le ofrecieron un importante cargo en el sector público. Y, ojo, no se trataba de alguien que priorizara el dinero o que le quitara el cuerpo al compromiso con el país, sino de una persona consciente de la trascendencia de la labor en el Estado, con mucha experiencia en la administración pública… y con muchas cicatrices también.
Dicen que es un honor trabajar para el Estado. Ciertamente lo es, pero también es verdad que cuando, hace unos años, se anunció la rebaja de sueldos a los funcionarios muchos opinamos que sería importante preguntarnos cuánto nos iba a costar esa rebaja. Es cierto que hay quienes pueden contribuir con el gobierno (o con alguna otra causa noble) sin recibir una remuneración. Pero el Estado no puede darse el lujo de dejar de convocar o perder a profesionales que necesitan un ingreso y que prefieren recibirlo de forma transparente en su planilla mensual.
A esos profesionales que toman decisiones que afectan la vida de millones de peruanos y que manejan presupuestos de miles de millones de soles no los queremos por solo seis meses o dos años. Queremos que lleguen para quedarse. Y queremos que más gente capaz se anime a participar en la función pública, desplazando a los mediocres. Aunque este aumento no garantice la calidad de los principales funcionarios, es un paso importante que debe ser complementado con esfuerzos que aseguren la idoneidad de los mismos y la despolitización de los cargos técnicos.
La circulina tiene su encanto, pero, salvo que los ministros cachueleen como taxistas, no se puede vivir de ella. Bajar sueldos de personas calificadas, productivas y honestas es populismo. Que ‘haya otras formas para que cobren’ es corrupción, porque el dinero no llega solo.
Necesitamos funcionarios que puedan dialogar de igual a igual con los técnicos más calificados del sector privado, nacional o internacional, así como con los funcionarios de otros países; no por el poder del momento sino porque tienen la misma o mejor preparación que cualquiera de ellos. Y necesitamos que los jóvenes que egresen con las más altas calificaciones, los que mejores ofertas tengan de las empresas privadas, consideren una carrera en el sector público.
Las críticas a la medida incluyen las bajas remuneraciones de médicos, policías y maestros, o la desproporción con el sueldo mínimo. Y aunque haya habido aumentos (seguramente insuficientes), todavía tenemos sin resolver los problemas relacionados con los sistemas de salud, seguridad o educación. En estos problemas complejos los salarios son solo un componente. Su solución requiere creatividad, justicia y sostenibilidad. Precisamente por ello se necesita que quienes estén a cargo del diseño e implementación de estas soluciones sean los mejores. Y los mejores merecen estar bien pagados.
Publicado en El Comercio, 14 de febrero de 2014.