Por: Richard Webb
Llegan dos pacientes al hospital, uno para realizar su rutinario chequeo anual, el otro casi cadáver después de un horrífico accidente de carretera. El personal del centro médico sabe que cada paciente tiene un protocolo que corresponde a su condición. Para el primero bastarán unas mediciones e inspecciones físicas, información que será cotejada con los reportes del año anterior. El accidentado, más bien, recibirá una atención intensa y sofisticada, con un seguimiento de minuto a minuto de sus signos vitales. En su caso, la comparación con el año anterior interesa poco, y la atención se centra más bien en los detalles y la evolución de su situación inmediata.
¿Cuál ha sido la recepción que le hemos dado al paciente – un país entero – impactado por el COVID? El mazazo del virus está en la categoría de un accidente brutal, golpe que ha recaído directamente sobre la vida y salud de su población, pero, además, sobre la operancia de su economía. En el caso de la salud, la respuesta ha sido similar al de un hospital ante la llegada de un accidentado, extremando la medición inmediata y frecuente, la observación detallada, y la aplicación de una gama de remedios y procedimientos que ofrece el conocimiento médico moderno.
Muy diferente ha sido la respuesta al impacto económico. En vez de observar y medir el progreso del paciente, distinguiendo sus múltiples facetas, la atención ha consistido mayormente en adivinanzas acerca del probable costo total. En parte, la actitud fatalista responde a un simple error de interpretación estadístico. Cada quincena o mes se anuncia “una nueva caída” de la economía, y se pronostican caídas adicionales para los próximos meses. Una respetada fuente de noticias anunció en agosto que la economía “cayó por quinto mes consecutivo,” otra fuente respetada afirmó que la economía “cayó 32.7% en mayo”, y un banco importante que la economía “habría caído entre 8% y 10% en julio,” todas noticias engañosas las caídas no se habían dado “en” el mes que se citaba sino en meses anteriores. La “caída” fue abrupta y extrema, pero se dio únicamente durante cuatro o seis semanas entre marzo y abril. Desde mayo la economía vive un proceso de recuperación, y su trayectoria dibuja una aguda, aunque aún incompleta curva V.
Hay varias razones que pueden explicar el trato tan diferente que le hemos dado al “paciente salud” y al “paciente economía.” Una es que para el “paciente salud” existe una verdadera ciencia, un conjunto de conocimientos, profesionales y procedimientos que crean un piso firme para decidir acciones ante un accidente. La economía no tiene esa suerte porque, simplemente, las personas son más complicadas que los virus. La “ciencia social” sigue siendo más aspiración que realidad. Pero además de lo difícil que es hacer ciencia del comportamiento humano, el poco progreso de las llamadas ciencias sociales se ha debido también a la casi imposibilidad de excluir nuestras pasiones e intereses ideológicos, políticos, valorativos, e incluso mediáticos, cuando formulamos leyes o conclusiones de comportamiento social que pretenden ser estrictamente científicas.
Una razón adicional para nuestra poca capacidad para atender y reparar una economía golpeada es que, como paciente, la economía es un personaje inmanejable y escurridizo, un verdadero Daniel el Travieso, que no cumple instrucciones ni se queda en cama mientras se le trata de curar.