El discurso con el que el presidente Ollanta Humala promulgó la ley universitaria comenzó con una frase incuestionable: “En educación no podemos sentirnos orgullosos porque no lideramos la calidad educativa ni siquiera en la región”. Sin embargo, con lo que le siguió –una defensa de la intervencionista ley universitaria– no podríamos estar más en desacuerdo.
Como ya hemos sostenido en editoriales anteriores, se trata de una norma que crea una superintendencia con poderes tan amplios que en la práctica podría expropiar a las universidades de su derecho a definir cómo se organizan, qué enseñan y de qué forma lo hacen.
Además, la ley permite que esta superintendencia establezca el modelo educativo que a ella le parezca para todas las universidades. Esto sería una virtud para el presidente Humala, quien en su discurso señaló que “no puede haber una política educativa del Gobierno y otra política educativa en paralelo de las universidades”. Y, así, se desconoce que un elemento crucial de la educación es la experimentación en las metodologías de enseñanza y que no a todos los alumnos les favorece el mismo modelo educativo.
En esta oportunidad, además, el presidente se animó a criticar la inversión privada y la búsqueda de lucro en la educación: “Permitimos en la década del 90 la inversión privada en las universidades, hoy día tenemos un mercado imperfecto en la educación universitaria”. No es que esto nos sorprenda, pues anteriormente el señor Humala ya ha señalado que no le parece correcto que se hagan negocios con servicios esenciales. “La salud no es un negocio, la salud es un servicio”. “Tenemos […] universidades-negocio. Su principal interés es hacer negocios, no sacar profesionales de calidad, y eso hay que combatirlo”. Así ha sentenciado el presidente, mostrando su parecer de que el lucro es, por sí mismo, indeseable.
El lucro, sin embargo, no es más que la ganancia que una persona obtiene por satisfacer las necesidades de otra. Es algo, además, que incentiva a la mayoría de individuos a invertir en todo aquello que puede servir mejor a su prójimo. Es lo que, por ejemplo, hace que muchas clínicas y colegios privados estén mejor equipados, tengan profesionales más capacitados y brinden una atención de mayor nivel. Y es que los negocios y los servicios de calidad no son incompatibles. De hecho, allí donde hay un dueño que tenga su capital en riesgo hay un motivo para que se haga todo lo posible por satisfacer a un cliente. Algo que no sucede en el Estado, donde la burocracia no tiene nada que perder por un mal servicio, lo que explica en buena medida el rotundo fracaso de la salud y la educación públicas.
¿Por qué hacerle entonces ascos al lucro?
Incluso en las denominadas “asociaciones sin fines de lucro” y dentro del mismo Estado la gente trabaja porque quiere lucrar. El presidente, por ejemplo, lucra con el sueldo que los peruanos le pagamos y no lo miramos mal por hacerlo. Y a los ministros, de hecho, les parecía que estaban lucrando muy poco y decidieron aumentarse el salario, lo cual nos parece bien si eso nos garantiza contar con mejores profesionales.
Por otro lado, si algo positivo podemos reconocer del discurso del presidente es que supo identificar uno de los puntos más débiles del sistema universitario: “Creo que es importante que los jóvenes estén informados sobre la casa de estudios a la que están ingresando”, dijo.
A pesar de eso, es una pena que luego de haberlo detectado haya decidido promulgar una ley que no hace nada por solucionar este problema. Como hemos mencionado en editoriales pasados, sería estupendo que se haga pública la información necesaria para que los postulantes y alumnos vean cuántos egresados de una universidad encuentran trabajo y cuál es su sueldo promedio. Esta es la mejor manera de permitirles premiar con su elección a la mejor institución para ellos y de castigar a quienes no brinden educación útil. Esto – que ha sido completamente ignorado por la nueva ley – es lo que necesita nuestra educación y es la forma de empoderar a la ciudadanía. Y hubiera sido tanto mejor que el presidente buscase este tipo de reforma en vez de satanizar el lucro y la actividad empresarial.