Por: Timothy Garton Ash – Historiador
A veces, solo a veces, conviene prestar atención a las insufribles palabras de los pelmazos en las reuniones importantes.
En 1994, estaba quedándome medio dormido en una mesa redonda que se celebraba en San Petersburgo, Rusia, cuando un hombre fornido y de baja estatura, con cara de ratón, que parecía ser la mano derecha del alcalde, empezó a hablar. Dijo que Rusia había entregado de forma voluntaria “inmensos territorios” a las antiguas repúblicas soviéticas, entre ellas zonas “que históricamente han pertenecido siempre a Rusia”. Se refería “no solo a Crimea y el norte de Kazajstán, sino también, por ejemplo, al área de Kaliningrado”. Rusia no podía abandonar a su suerte a esos “25 millones de rusos” que habían pasado a vivir en el extranjero. El mundo debía respetar los intereses del Estado ruso “y del pueblo ruso como gran nación”.
Aquel hombretón irritante se llamaba –como habrán supuesto– Vladímir V. Putin, y sé exactamente lo que dijo en 1994 porque la organización, la Fundación Körber de Hamburgo, Alemania, publicó la transcripción completa. Lo que yo he traducido como “pueblo” ruso es, en la transcripción alemana, ‘volk’. Putin tenía y sigue teniendo una de?nición ‘völkisch’, amplia y racial, de los rusos: ahora habla del ‘russkiy mir’, literalmente, el “mundo ruso”. La transcripción muestra asimismo que yo hice una pequeña broma sobre las consecuencias que podía tener la visión del desconocido funcionario municipal alcalde, cuando dije: “Si atribuyéramos la nacionalidad británica a todas las personas que hablan inglés, tendríamos un Estado algo mayor que China”.
Después de su ascenso al poder supremo del Estado ruso, que comenzó cuando se convirtió en primer ministro en 1999, Putin experimentó con otros modelos de relaciones con Occidente y el resto del mundo. Durante unos años, intentó la modernización y la cooperación con Occidente. Celebró la incorporación al G-8, uno de los incentivos que Estados Unidos y Europa ofrecieron para ayudar a Rusia en las di?cultades inevitables de su camino posimperial.
Hubo un tiempo en el que existía la doctrina Bréznev, que apelaba a la “ayuda fraternal” para justi?car acciones como la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Mijaíl S. Gorbachov la sustituyó por la doctrina Sinatra –que cada uno lo haga a su manera, como explicaba el portavoz del Ministerio de Exteriores, Gennadi I. Gerasi- mov– en sus relaciones con Europa del Este. Ahora tenemos la doctrina Putin.
Para dejar claro por qué una cosa así es totalmente inaceptable y constituye una grave amenaza contra la paz mundial, debemos empezar por ponernos de acuerdo sobre los legítimos derechos y responsabilidades de una madre patria. Mi pasaporte británico contiene la vieja y resonante fórmula de que el ministro de Estado de su majestad británica “solicita y exige” a las potencias extranjeras que me dejen paso “sin trabas ni cortapisas”, y si me encontrara en algún momento en di?cultades, por ejemplo, en Transnistria, esperaría (aunque no necesariamente con mucha con?anza) que, en efecto, lo exigiera. Más en serio, Polonia ha expresado su preocupación por la situación de los ciudadanos de habla polaca en Lituania. Hungría ha dado el pasaporte y el derecho de voto en elecciones nacionales a ciudadanos de países vecinos a los que considera miembros del pueblo húngaro. En resumen, para identi?car qué es ilegítimo, debemos explicar con más claridad qué es legítimo.
En el momento de escribir estas líneas, las autoridades estadounidenses y ucranianas a?rman, con sólidos argumentos, que con toda probabilidad fue un misil antiaéreo disparado desde territorio controlado por los separatistas prorrusos el que derribó el vuelo 17 de Malaysia Airlines, una nueva cosecha de a?icción en los campos ucranianos ensangrentados por la historia. Todavía no ha quedado categóricamente establecido quién lo disparó.
Para dictar un juicio más ?rme sobre las causas de la tragedia habrá que esperar a tener más pruebas, pero parece verosímil pensar que un Ejército regular (ucraniano o ruso), normalmente, habría identi?cado la imagen de radar de un avión de pasajeros que volaba a 11.000 metros, y que un grupo compuesto solo por combatientes locales (incluso aunque tuvieran experiencia militar) no habría tenido la tecnología ni las aptitudes para lanzar semejante ataque sin ayuda externa. Son precisamente las contradicciones y ambigüedades generadas por la versión étnica de la “responsabilidad de proteger” las que permiten unas posibilidades tan desastrosas. Putin socava y pone en tela de juicio la autoridad del Gobierno de un territorio soberano y luego le culpa de las consecuencias.
Por consiguiente, si un vicealcalde desconocido empieza a decir cosas alarmantes en alguna reunión en la que estén presentes, mi consejo es que presten atención. Los que despotrican de esa manera, en su mayoría, no suelen luego llegar a la cima. Pero, cuando llegan, sus ideologías del resentimiento pueden acabar plasmadas en sangre.