Por Richard Webb
(El Comercio, 22 de Junio de 2015)
El bajón de la producción y del consumo ha motivado una mirada crítica al llamado milagro económico peruano. ¿Qué se logró realmente en los últimos años? Para algunos, el crecimiento fue poco más que un accidente, atribuible a los buenos precios de los minerales y a la abundancia de capitales externos. Más que un logro propio, el crecimiento habría sido producido por un empujón desde afuera. Al agotarse ese viento favorable, la economía peruana se estaría quedando a la deriva, sin capacidad para seguir su rumbo. El llamado milagro peruano sería en gran parte una ilusión.
Para lograr un balance más completo, sugiero mirar tres elementos poco comentados del pasado reciente.
El primero es el vuelco histórico que significó –finalmente– lograr un desarrollo relativamente democrático. Nunca antes el Perú había conocido una sostenida expansión económica que resultara más favorable para los pobres que para los ricos. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), durante el último quinquenio el ingreso promedio del quinto más pobre en la escala de familias aumentó 34%, mientras que el del quinto más rico aumentó 8%. Y desde hace 25 años los ingresos rurales crecen más rápido que los urbanos.
Pero lo más importante es el cómo de ese crecimiento democrático. La explicación se encuentra principalmente en la adopción masiva de mejores prácticas tecnológicas en el campo. En la sierra, el uso de tractores pasó del 11% de los agricultores a 22% entre los censos agropecuarios de 1994 al 2012; el uso de fumigadoras de 13% a 27%; el riego tecnificado de apenas 2% a 12%; más de la mitad de los ganaderos aplican ahora medicinas dosificadas; y el uso de alimentos balanceados aumentó de 3% a 10%. La innovación también ha sido comercial. Aprovechando la nueva conexión vial y la masificación del celular, se ha acelerado la adopción de cultivos y variedades de más valor, como el café orgánico, nuevas frutas, el cuy y la papa nativa, que se dirigen tanto a los crecientes mercados urbanos como a la exportación.
Los caminos se construyeron principalmente con el dinero de las generosas transferencias fiscales a los gobiernos locales, pero, desde allí, el progreso rural no ha sido regalo de nadie. La vasta mayoría de los campesinos, por ejemplo, no ha recibido aún crédito ni programas de capacitación, y el celular es un negocio privado.
Un segundo elemento por considerar es que la capacidad productiva del país cuenta hoy con un stock de capital físico cuatro veces mayor que hace veinte años. La acumulación de maquinarias, equipos, inventarios, construcciones e infraestructura de todo tipo se ha expandido a una tasa anual de 7,2% en ese período, y se ha dispersado ampliamente en el territorio nacional. Pero, además, la capacidad productiva se ve favorecida por la nueva tecnología incorporada en los últimos modelos de gran parte de ese capital.
El tercer elemento sería el capital humano. El analfabetismo se ha reducido de 13% a 4% de la población adulta y la proporción con estudios superiores se ha elevado de 20% a 31%, pero criticamos la poca calidad de la educación formal. Sin embargo, me atrevo a pronosticar que la llave para la capacidad productiva futura no será tanto el aprendizaje en aulas, sino el que estaremos recibiendo como autodidactas de por vida, gracias al milagro de los medios modernos de comunicación y de Internet, milagro educativo e informativo que no es una ilusión porque de hecho ha contribuido al dinamismo del pequeño agricultor.