Comentario de Lampadia:
El debate sobre la instalación de las antenas de telefonía continúa. Esta vez, Patrick Wieland, tercia con nuevos argumentos y señala “que no comparte la visión de Alfredo [Bullard] de una ciudad convertida en el Morro Solar”. Para que el debate no se quede en un tema teórico y ya que todos parecen compartir la idea de que es necesaria la Internet y la telefonía para el desarrollo del país, recordamos estas cifras sobre número de antenas (proporcionadas por Gonzalo Prialé) en otras ciudades y que parecen ser absolutamente contundentes. “En Tokio hay 90,000 antenas instaladas, en Londres 30,643 antenas, en Santiago 4,220 antenas y en Lima y Callao 2,600 antenas. Santiago tiene 6 millones de habitantes, con 33% menos población que Lima y Callao, cuenta con 62% más antenas. Barcelona con solo 1.6 millones de habitantes cuenta con 2731 antenas, casi lo mismo que Lima y Callao, que tiene 5.6 veces más población. En el Estado de Texas con una población de 26 millones, cercana a la del Perú, existen 50,116 antenas. En el Perú existen alrededor de 6,000 antenas solamente. Estamos atrasados y subequipados.” ¿Y por qué tenemos tan pocas antenas? Muy simple, se han puesto tantas trabas que hoy en vez de colocar más antenas chicas, se deben contar con las mismas, pero cada vez más potentes y por tanto más grandes. No se debiera. Después de esto queda claro que estamos muy lejos de tener que mudarnos a un bantustán. Lampadia
Artículo original:
Un bantustán para los nuevos analfabetos
Por: Patrick Wieland.
(El Comercio, 28 de marzo de 2014)
RESPUESTA AL ARTÍCULO “LOS NUEVOS ANALFABETOS”, DE ALFREDO BULLARD
Alfredo Bullard sostiene, en “Los nuevos analfabetos” (El Comercio, 15 de marzo del 2014), que enfrentamos en el Perú “la peor de las ignorancias: la del ignorante que ignora que es ignorante”. Según Alfredo, “con argumentos demostradamente falsos […], por parálisis burocrática, populismo fácil o simplemente para crear oportunidades de corrupción”, las municipalidades vienen restringiendo la instalación de nuevas antenas de telefonía móvil, lo que a su vez genera analfabetismo por falta de acceso a Internet.
La problemática de las antenas tiene algunas otras aristas:
1. A pesar de las restricciones, las antenas han proliferado en la clandestinidad. Literalmente uno se va a dormir y no sabe si al despertar tendrá una antena instalada frente a su casa. La clandestinidad, la ‘criollada’ y la prepotencia de algunos actores en estos conflictos vecinales son temas que Alfredo no aborda.
2. A pesar de las diversas normas sobre uso común de infraestructura de telecomunicaciones, estas parecen no dar resultado, lo que promueve una carrera entre las empresas de telefonía móvil para asegurarse cada vez más azoteas en la ciudad, en lugar de compartir la infraestructura existente y evitar así mayores impactos (visuales, por lo menos).
3. Quienes colocan y autorizan equipos que emiten radiaciones no ionizantes (RNI) tienen la responsabilidad de comunicar transparente y abiertamente los riesgos de sus actividades. Esta información no es fácil de acceder, lo que revela un problema de asimetría de la información.
4. Las normas ambientales actuales solo ofrecen protección sobre los efectos térmicos (elevación de la temperatura corporal) de las RNI (estos son los únicos científicamente comprobados). Frente a los efectos no térmicos de las RNI, sobre los que existe incertidumbre científica, el marco regulatorio no ofrece mayor protección. Tal incertidumbre no puede servir como excusa para la inacción, aun cuando a veces se abre paso la especulación: cáncer, tumores, calvicie y demás males son todos atribuidos a las RNI. Lo anterior no anula la posibilidad de discutir la adopción de medidas precautorias razonables y reversibles. Esto no es ignorancia; es tomar la calidad ambiental y la salud de la población (actual y futura) en serio.
5. La cercanía de las viviendas a las antenas de telefonía puede afectar el valor comercial de la propiedad. Este comportamiento, conocido como “NIMBYism” (‘not in my backyard’ en inglés, no en mi patio trasero), no es sino el reflejo natural de los ‘homeowners’ (propietarios) que protegen su activo principal (y casi siempre único): su propiedad predial. Quienes aspiran a mantener el ornato de su barrio cuidando su inversión de largo plazo promoviendo el respeto de las normas, no son ignorantes: son ‘Homo economicus’.
6. Finalmente, no comparto la visión de Alfredo de una ciudad convertida en el Morro Solar. Sin duda, las antenas son indispensables; yo no podría usar WhatsApp, Waze ni Shazam si no fuera por ellas. Las necesitamos, son buenas para todos y debemos tenerlas por aquí y por allá. Pero es momento de debatir seriamente dónde sí deben colocarse y dónde no, a la luz de la incertidumbre científica existente y a los riesgos que como sociedad estamos dispuestos a correr. Si perdemos esta oportunidad, terminaremos agrupándonos en barrios con pocas antenas y otros repletos de antenas. O, en términos de Alfredo, barrios para alfabetos y barrios para analfabetos. Yo me mudaría al bantustán de los analfabetos.
Publicado en El Comercio, 28 de marzo de 2014.