Sin una revolución educativa no la haremos
Pablo Bustamante Pardo
En noviembre 2014, en CADE, tuvimos la visita de Lant Pritchett, Presidente de la Maestría en Políticas Públicas del programa de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard para el Desarrollo Internacional. El especialista en educación dijo que necesitábamos hacer un “Big Bang”, una gran revolución educativa, si queríamos lograr una mejora sustancial.
Pritchett usó la figura de la “estrella de mar” (organismo que no tiene cerebro, no tiene control central), para recomendar la estructura del sector educativo. “El sistema debe dar espacio para la novedad, su evaluación y legitimización. Debe ser un sistema abierto, funcional y debe mostrar resultados positivos. Se debe evitar el control central del proceso educativo, debe ser lo más local posible, generar una gran presión por resultados, respaldarse en una red profesional, soporte técnico y un financiamiento flexible”.
Finalmente, nos indicó que debiéramos empezar por tener una visión clara sobre adonde queremos llegar, que necesitamos una reforma del tipo “Big Bang” (un “Shock Educativo”, una revolución), y que el gradualismo no nos llevaría a ninguna parte. Así se destacó en Lampadia, ver: Tenemos que emprender una revolución educativa.
Entonces, el reto era buscar la estrategia que nos llevara a una mejora acelerada y extraordinaria de la educación vis-a-vis nuestro atraso relativo con los países más desarrollados. Sin embargo, desde entonces, hace casi año y medio, se hecho evidente el desenvolvimiento de lo que ahora se llama: ’La Cuarta Revolución Industrial’. Esta se presenta (con sus oportunidades y amenazas) especialmente disruptiva del empleo y la educación en el mundo.
Los países más preocupados con mantener la mejor educación y en aprovechar los cambios tecnológicos que transformarán nuestra realidad global, entienden que en el futuro las habilidades cognitivas estarán al alcance de una tecla, que hay que promover la capacitación en habilidades sociales, culturales, valores, trabajo en equipo, pensamiento crítico, deportivas, etc. También entienden que la filosofía que debe regir la educación tendrá que ser la de la libertad y la innovación que busquen una educación a la medida de cada estudiante, con maestros facilitadores, lejos del tradicional modelo del ‘maestro sabelotodo’.
Lamentablemente en el Perú seguimos inspirados por las ideas del siglo XX, por el control central, la regimentación y la uniformización. Peor aún, en un país pobre como el nuestro, se sigue ninguneando el rol del sector privado en la educación. Con ese estilacho se dio la controvertida nueva ley universitaria que promovió el congresista Mora a punta de descalificaciones, insultos, autoritarismo y desenfoque funcional (increíblemente, ahora el ‘gran’ jale del candidato que dice abominar a los dinosaurios: Guzmán).
Lo mismo va para el muy popular Ministro de Educación, Jaime Saavedra, que nunca reconoce el aporte del sector privado a la educación. Nunca ha mencionado que en el Perú hace rato invertimos más del 6% del PBI en educación, algo más de 3% del Estado y otro tanto del sector privado. Su gestión está teñida de un gradualismo pernicioso e insuficiente para lo que tenemos que enfrentar (ver recomendación de Lant Pritchett, líneas arriba). Gradualismo que se expresa en el manejo de las relaciones con el sindicato clasista del Sutep, el lento avance de la meritocracia y, sobre todo, en el adormecimiento de la opinión pública por una supuesta buena gestión, al punto que varios despistados candidatos hablan de mantenerlo en el ministerio.
Ese adormecimiento ha hecho que nos descuidemos del tema educativo, que pensemos que las cosas se están haciendo bien en manos de Saavedra. Pero, la pregunta correcta es: ¿Bien con respecto a qué? ¿Al siglo XX? O al reto que hoy tenemos por delante.
Estamos en un momento de inflexión en la vida de la humanidad. Por lo tanto, no solo tenemos que dar un acelerado gran salto en la calidad de educación, también tenemos que cambiar de paradigmas, que van en dirección contraria a la actual inspiración oficial.
“Espacio-tiempo-histórico”, un concepto político de Haya de la Torre basado en la teoría de la relatividad de Albert Einstein, sirve para entender la coyuntura. Ahora estamos en un espacio-tiempo-histórico nuevo, distinto e incierto que requiere de nosotros una superación de nivel cuántico.
Hace pocos días, el popular ministro de educación (como critica Juan José Garrido, Director de Perú21, en su última columna dominical), se ha dado el lujo de plantear que el Perú sufre por el tamaño de un Estado muy pequeño: “18% del PBI”. Garrido explica que el peso del Estado, neto de la informalidad, es más bien del orden de 45% para el sector formal. No solo eso, todo un ministro de Estado no conoce las cifras correctas, el peso nominal del Estado peruano no es 18% del PBI, “la presión fiscal acumulada de los últimos cuatro trimestres ascendió a 20.6% del PBI. Este resultado medido por los ingresos corrientes del gobierno general fue menor en 1.6% al registrado al cierre del año 2014 [22.2% el 2014]”, según el Banco Central de Reserva, Reporte de Inflación del 18 de diciembre, 2015.
Basta pues de más diagnósticos, medias verdades, ninguneos e ideas de otro siglo. Tampoco nos sirve adormecernos con palabras bonitas, medallas y las irresponsables zafadas de cuerpo de los candidatos, que sin ideas que puedan mover la aguja de la educación, solo atinan a hacernos creer que con más de Saavedra sería suficiente. ¡Pues no lo es!
Necesitamos otra mentalidad, nutrirnos de pensamiento libre, audacia, información global, conocimiento, visión, terquedad y capacidad de comunicación. Tenemos que explicar a los ciudadanos la naturaleza del reto que tenemos por delante. ¡Vamos, se nos agota el tiempo! Lampadia