Moisés Naím
El Comercio, 06 de febrero de 2016
La devoción de algunos políticos por modelos fracasados es tan poderosa que no perciben el daño que hacen a sus países.
La necrofilia es la atracción sexual por cadáveres. La necrofilia ideológica es el amor ciego por ideas muertas. Resulta que esta patología es más común en su vertiente política que en la sexual. Encienda su televisión esta noche y le apuesto que verá a algún político apasionadamente enamorado de ideas que ya han sido probadas y han fracasado. O defendiendo creencias cuya falsedad ha quedado demostrada con evidencias incontrovertibles.
Como todas, esta patología tiene casos más leves, y hasta cómicos, y otros más extremos y peligrosos. Tomemos a los seguidores de Mao, por ejemplo. “El comunismo es el sistema más completo, progresivo, revolucionario y racional en la historia de la humanidad… Solo el sistema ideológico y social comunista está lleno de juventud y vitalidad”, escribía Mao Tse Tung en su célebre “Libro rojo”. Durante más de medio siglo, la Revolución Cultural entusiasmó a millones de seguidores en todo el mundo. Ya conocemos los resultados.
El Partido Comunista Chino emitió en 1981 su diagnóstico final sobre la gestión de Mao: “Cometió errores de enorme magnitud y larga duración (…) y lejos de hacer un análisis acertado de muchos problemas, confundió lo correcto con lo incorrecto y al pueblo con el enemigo. En esto se centra su tragedia”. Unos 55 millones de chinos pagaron con su vida los “errores” de Mao. En vista de todo esto, cabría suponer que el maoísmo es una ideología muerta. Pues no.
Mientras China repudia a Mao y alcanza éxitos que él jamás imaginó, en otros países siguen surgiendo políticos que se enamoran con fervor suicida del maoísmo.
En Nepal, por ejemplo, el Partido Maoísta aún tiene seguidores e influencia política. En India, Colombia, Italia y en el Perú, entre otros, aún hay grupos políticos que no ocultan sus simpatías maoístas.
Pero no es solo el maoísmo. Hay líderes que veneran ideas económicas que ya se probaron en sus propios países con trágicas secuelas de atraso, miseria y corrupción. En Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, por ejemplo, es sabido que los funcionarios bien formados y capaces de desempeñar su trabajo con eficiencia y honestidad son muy escasos. Sin embargo, los presidentes de esos países están enamorados de un modelo que supone la existencia de una superabundancia de empleados públicos probos y competentes. Y cada vez que nacionalizan empresas, las ponen en manos de burócratas que no tienen ni la más remota idea de cómo gestionarlas y que las acaban haciendo naufragar, alimentando el círculo de destrucción de riqueza y pobreza crónicas. Su amor por las ideas muertas es más poderoso que las pruebas que les llegan a diario de cómo ese amor le está haciendo daño a su país.
La necrofilia ideológica no solo afecta a las izquierdas. También es fácil encontrarla entre los fundamentalistas del libre mercado. Ni siquiera el cataclismo económico que vivió el mundo por la crisis que estalló en el 2008 les hace dudar de su convicción de que los mercados son eficientes, tienden naturalmente al equilibrio y que, por ello, la intervención de los gobiernos para estabilizar las economías es innecesaria o contraproducente. O que los bancos pueden autorregularse y no requieren de mayor control estatal o que, por sí solo, el mercado generará los incentivos necesarios para proteger el medio ambiente.
La economía no es el único terreno fértil para la necrofilia ideológica. Basta recordar a los políticos que en Estados Unidos niegan la validez de la teoría de la evolución y luchan por limitar la enseñanza del darwinismo en las escuelas, o a los defensores de la mutilación genital femenina o del uso del burka para apreciar cuán esparcida e intensa es la pasión por ciertas malas ideas.
O basta oír a Donald Trump. Extraditar a 11 millones de latinos de EE.UU., construir un muro con México (pagado por ese gobierno) o prohibir la inmigración de musulmanes son algunas de sus ideas. ¿Verdad que suenan tenebrosamente conocidas? Ted Cruz, el vencedor de las recientes elecciones primarias del Partido Republicano en Iowa, claramente padece de necrofilia ideológica. Según Cruz, la manera de acabar con el Estado Islámico es a través del ‘carpet bombing’, el bombardeo a saturación de una vasta zona del Medio Oriente donde opera el EI. Esto ignora el pequeño detalle de que las ideas –y los adeptos– del EI están floreciendo en Europa, EE.UU. y Asia y que hoy el EI es más una idea que una organización. O que las “soluciones militares” estadounidenses no es que hayan funcionado muy bien (véase: Vietnam, Afganistán, Iraq, Libia).
El amor es ciego y el amor por ideologías que, además, ayudan a mantenerse en el poder no es solo ciego, sino también muy conveniente. En el fondo, los necrófilos políticos aman más el poder que las malas ideas con las que manipulan a sus ingenuos seguidores. Lampadia