Entrevista a Luisa Gubbins, Artista plástica
Por Julio Alegría Cueto
El Comercio, 07 de marzo de 2016
Lo que más quería hacer Luisa era volver a pintar. Era su pasión antes del accidente. Salió del coma pero estaba inmóvil. Su fuerza de voluntad y el apoyo de su familia le permitieron recuperar su vida. En la actualidad pinta y expone.
¿Tras el accidente en qué condición quedaste?
Fue volver a nacer, aprender de nuevo todas las cosas, reconocía con mucha dificultad a mis familiares, no podía moverme, y mientras intentaba balbucear todo me daba vueltas, no entendía nada y yo solo quería ser como antes, algo imposible en esos momentos. De verdad, me di cuenta de que el accidente me pudo matar, pero luego de lo ocurrido era como estar muerta en vida.
¿Cuál fue el diagnóstico?
El golpe afectó el tálamo y siento hasta hoy unos dolores insoportables, tú te golpeas allí y lo que sigue es vivir con muchas limitaciones. Me fui a tratar con diversos médicos por todo el mundo y nada, no mejoraba, hasta que viajé a España donde un médico muy prestigioso me ayudó. Estuve en terapias difíciles y ahora nadie puede creer que estuve parapléjica. Perdí muchas cosas, mi vida normal, mis sueños y mi carrera, no podía ni ensartar una aguja y eso me atormentaba porque yo usaba las manos para pintar, hacer esculturas, cerámicas, vestuario para obras de teatro, esa era mi vida.
¿Qué tan difícil fue la recuperación?
Tan difícil que no lo hubiera podido haber hecho sin la ayuda de mi madre. Me sentaban en una silla dentro de la ducha para bañarme, no veía, era como una niña de kinder que debe aprenderlo todo. Luego de años de terapia tuve que irme a España para continuar mi recuperación. Y estar sola me ayudó mucho porque tuve que valerme por mí misma. Mi recuperación duró en total diez años.
¿Fue difícil aceptar tu realidad?
Nunca me hice la pregunta: ¿por qué a mí? A los siete meses del accidente, mi padre es diagnosticado de cáncer terminal. Quedé en ‘shock’. Un mes antes de mi viaje a Ayacucho había fallecido mi abuelo, luego vino el accidente y tras ello mi padre murió. Una racha fatal que me deprimió aun más. Pero yo siempre fui una persona terca que intentó hasta el final salir de los momentos de tristeza y depresión, y gracias al apoyo de mi madre y de mi esposo, que también sufrió un accidente y salió adelante, pude ver la luz.
¿Has sentido discriminación?
Claro que sí. En este país, un discapacitado es considerado ciudadano de última clase, así suene crudo. Y si no tienes los recursos para terapias, tratamientos u operaciones, la cosa es peor. Yo tuve las condiciones para recuperarme pero igual sufrí. Muchísimas veces me han preguntado si mi esposo o yo estamos borrachos, sobre todo él por su dificultad para hablar o caminar. El otro día en un restaurante me preguntaron si estaba borracha. Hemos sentido discriminación en muchos sentidos. Una vez a mi esposo lo quisieron bajar del avión porque pensaron que estaba drogado y tuvo que sacar su carnet de discapacidad. Eso duele y refleja cómo es nuestra sociedad.
¿Después de lo ocurrido pensaste que ibas a volver a pintar?
Cuando inicié el tratamiento, mi motivación siempre fue volver a pintar. Era lo que quería hacer más que nada, después de años empecé a estudiar cerámica en España, pero también pintaba. Lo hacía todos los días hasta que en el 2012 se cristalizó mi trabajo y llegó la primera muestra personal en el museo Pedro de Osma en Barranco llamada “Ponerme mis zapatos de charol y empezar todo de nuevo”. Fue maravilloso, estaba lleno de gente, y yo la más feliz del mundo porque de verdad estaba haciendo todo de nuevo. Allí me di cuenta que tanto esfuerzo valió la pena y que los años de terapia tuvieron final feliz.
¿Has pensado ayudar a personas con discapacidad?
Quiero enseñar pintura y cerámica a gente con discapacidad que pueda descubrir muchas cosas con el arte. Motivarlas a salir adelante. Lo comprobé hace un año en Cusco. Viajé a Racchi, en San Pedro, donde di una clase de pintura en un pueblito casi olvidado donde había un niño con discapacidad llamado Harrison, al que le encantó la pintura. A los chicos les encantó, pintaban y hacían los trabajos con unas ganas y una emoción increíbles. Quisiera continuar esa labor porque sé que va a ayudar a personas que, como yo, buscan una razón para luchar.
¿Qué te motiva?
Me siento más útil haciendo eso. Quisiera un cambio en la historia de los discapacitados en el Perú. Pintar para mí es el aire que respiro, y el arte puede ser también motivo de salvación y sanación espiritual, mental y física para muchas personas.
Lampadia