No es la pobreza en el Perú resultado de unos pocos que tienen mucho, sino de unos muchos que tienen poco.
Nuestro país ha experimentado una notable reducción en la pobreza durante la última década. En efecto, el porcentaje de pobres ha caído de 58,7% en el 2004 a 23,9% en el 2013. Más aún, la pobreza extrema se ha reducido desde más de 16% en el 2004 hasta menos de 5% a fines del año pasado. ¿Pero cuánto de la caída en la pobreza se debe al crecimiento económico y cuánto a la reducción en la desigualdad? Utilizando los datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), se puede inferir que alrededor del 85% de la caída en la pobreza desde el 2004 se debe exclusivamente al crecimiento económico, mientras que el 15% restante se puede atribuir a la menor desigualdad en el ingreso. Es decir, de cada diez peruanos que han abandonado la pobreza al menos ocho lo han hecho como consecuencia del aumento en el ingreso per cápita. Para entender este resultado, recordemos que la pobreza está definida como la proporción de personas que no pueden adquirir la canasta básica. Por lo tanto, la menor incidencia de la pobreza puede ser consecuencia o bien de un mayor ingreso promedio o de una menor dispersión en los ingresos.
En particular, luego de calibrar las distribuciones de ingreso y gasto de las familias durante los últimos diez años, he calculado que si el ingreso y gasto familiar hubiesen permanecido constantes, es decir, si no hubiera habido crecimiento económico, hoy seguiríamos teniendo más de 52% de pobres. Encuentro resultados similares al descomponer la reducción en la pobreza extrema. Así, el crecimiento del ingreso y gasto familiar entre el 2004 y el 2013 es responsable directo de al menos 80% de la menor incidencia de pobres extremos.
Queda por estudiar cuánto de la caída en la desigualdad se explica por las acciones de los últimos gobiernos. Pero, desde ya, estos resultados deberían llamarnos a repensar la importancia relativa de las políticas redistributivas ‘vis-à-vis’ las políticas favorables a la acumulación de capital. Los datos sugieren que la manera más eficaz de combatir la pobreza no es diseñar programas de transferencias sino fomentar la inversión privada y el funcionamiento de los mercados, que han sido los motores del crecimiento desde 1990.
En efecto, a pesar del significativo aumento en las transferencias públicas, la desigualdad, medida por el coeficiente de Gini, no ha variado de manera apreciable desde el 2010. De hecho, según el INEI, las zonas rurales de la costa y de la selva son hoy algo más desiguales que hace tres años. Más aún, la incidencia de la pobreza es mayor en regiones como Cajamarca con enormes riquezas minerales sin explotar. Ciertamente sería deseable atender los severos problemas de focalización, filtración e inoperancia de programas como el Vaso de Leche o Qali Warma. Pero si queremos acelerar la erradicación de la pobreza más convendría destrabar, en serio, la inversión minera, evitar la proliferación de permisos redundantes y multas confiscatorias que anulan la iniciativa privada, y hacer eficiente la provisión pública de seguridad ciudadana, educación, salud y administración de justicia.
Recordemos, además, que nuestro país no es particularmente desigual en la región. Según el Banco Mundial, el Perú es menos desigual que Brasil, Colombia y Chile y es tan desigual como México y el Ecuador. Así, el que todavía más de siete millones de compatriotas estén por debajo de la línea de la pobreza no es consecuencia de la concentración de la riqueza o la propiedad. Craso error pensar lo contrario. No es la pobreza en el Perú resultado de unos pocos que tienen mucho, sino de unos muchos que tienen poco.