Por Juan Claudio Lechín
(Perú 21, 17 de Mayo de 2015)
Obama ha emprendido una reingeniería de la política exterior norteamericana. Cambia los ejércitos de tierra por drones, acepta la política nuclear iraní aunque los saudíes se enojen y legitima la dictadura cubana alegando ser muy joven para librar viejas batallas. Se respalda en la “opinión pública”, el nuevo fundamento ideológico norteamericano. Peligroso. Sus dos siglos de estabilidad política se basan en los grandes valores de la democracia representativa pero, al obedecer las encuestas —una forma de “democracia participativa”— para diseñar políticas de Estado, se entrampa. La democracia participativa es un método para destruir la institucionalidad, no para edificarla. Si Obama consigue imponer a la “opinión pública” como árbitro de las políticas de Estado, entonces los más hábiles en crear opinión pública harán su festín.
En el siglo XX, Occidente se especializó en la publicidad, que es vender un producto, y los comunistas se especializaron en la propaganda, que es vender una idea. Los Castro, los rusos, los chinos son tan duchos en esta materia que “la opinión pública” global nunca los condena por sus asesinatos y abusos. El comunismo manipula la profunda religiosidad. Propone sufrir hoy para algún día alcanzar la eterna utopía social, mientras el capitalismo promueve hoy el bienestar material. El ideal versus la realidad.
Con ingenua espontaneidad, Obama quiere cosechar la misma religiosidad política que los comunistas han insertado en dos siglos de mentirle tesoneramente al inconsciente colectivo. Abandonar el camino de los grandes valores de la libertad, los derechos, la democracia y el bienestar a cambio de “la opinión pública”, es un error político mortal.