Si la izquierda se sigue definiendo contra el capital y sigue focalizando su acción en la conquista y defensa de ‘derechos’ de los trabajadores formales, que en el Perú son principalmente los que laboran en las grandes empresas y algunos de los que trabajan en el Estado, es decir, relativamente pocos, difícilmente tendrá éxito electoral porque no tendrá espacio en un país de pequeños capitalistas emergentes. No solamente por identificarse con los intereses de una minoría ya protegida, sino porque algunos de los beneficios de los que goza esa minoría son excluyentes, impiden que las mayorías emergentes puedan formalizarse y acceder a derechos mínimos.
Pero Antonio Zapata argumenta que en la izquierda siempre ha habido un debate sobre cómo conectar el socialismo con las aspiraciones democráticas y capitalistas de la mayoría. En la práctica, sin embargo, ganaron siempre los intereses sindicalistas, que son los más organizados. Allí tenemos al Sutep, base de Patria Roja, que mantiene un discurso clasista, anticapitalista y antimeritocrático. Pre DengXiaoping.
Zapata pide renovar ideas y símbolos. Afirma que el rival del flamante Frente Amplio de Izquierda (FAI) no es el capital o la inversión, sino “el Estado corrupto, normalmente servicial con el poderoso y abusivo con el pobre… Creemos en el Estado como agente del crecimiento y la redistribución, impulsor y gestor de un nuevo país, para el cual prometemos servicios públicos de calidad”.
Pero vemos lo contrario. Si el FAI promete un Estado agente de crecimiento y servicios públicos de calidad, no puede poner como primer punto de su programa el rechazo a la gran reforma meritocrática del Estado que es la ley del servicio civil, y anunciar una movilización contra esa reforma como su acto fundacional. No se ha visto movimiento más reaccionario que el nacido en defensa del derecho a no ser evaluado para no tener que rendir cuentas ni servir a los ciudadanos menos favorecidos. Es decir, del derecho patrimonialista a la propiedad absoluta del puesto de trabajo, sin obligación alguna con los usuarios del Estado, que son los más pobres.
Si el FAI comete el suicidio político de tomar partido por los sindicatos de empleados públicos en lugar de identificarse con los usuarios del Estado, que son las grandes mayorías, es porque, en realidad, no es un partido político o una coalición de partidos, sino una federación de sindicatos. Un sindicato es una entidad ontológicamente inferior a un partido. Un partido tiene una visión nacional, una propuesta integradora. Un sindicato, en cambio, defiende posiciones particulares.
Pero, además, en este caso, posiciones particulares claramente contrarias al beneficio de las mayorías. Los sindicatos estatales se oponen porque perderían poder al implantarse la meritocracia, pues el empleado ascendería y ganaría más gracias a los méritos propios que a la presión sindical.
Por eso, lo primero que debe hacer el FAI, si aspira a acceder al poder, es definir su naturaleza: o es partido o es sindicato. Un partido defiende el bien común, no el beneficio particular a costa del bien común.
(Publicado por El Comercio, 28 de junio, 2013)