Sumamente pertinente el artículo de Jaime de Althaus sobre las reacciones suscitadas en el gobierno y en cierta prensa luego de que la CONFIEP hiciera público su último comunicado. De Althaus saluda que los empresarios se expresen libre y claramente, en vez de recurrir (como ocurría hasta hace un tiempo) a la componenda bajo la mesa o entre bambalinas y, que compartan su pensamiento con la opinión pública. La democracia permite que expresemos nuestras opiniones, puntos de vista y apreciaciones, ese ejercicio, de ninguna manera puede ser calificado de altanero.
Luego de mi última columna sobre la trifulca permanente en la política peruana como mecanismo psicosocial colectivo para no tener que pensar en la solución de los problemas de fondo, un amigo politólogo me escribió que hace tiempo el Perú vive una “crispación sin crisis”, pero que en mi análisis del pleito facilista paso por agua tibia la responsabilidad de la cúpula empresarial, últimamente muy altanera. “Humala ha tenido que tragar mucho más sapos de lo que Confiep y su desubicado líder están dispuestos a reconocer”, me dice, refiriéndose posiblemente al comunicado (“El Perú está primero”) de ese gremio. Concluyó así: “La élite empresarial en los últimos años se ha modernizado enormemente en lo referido a la profesionalización de su tarea empresarial, pero políticamente es notablemente retrógrada”.
Otros calificaron el mencionado comunicado de ‘brulote’, desproporcionado y agresivo. Peor aun, que confunde los intereses particulares de sus asociados con el interés del país.
Mi hipótesis es que estamos tan poco acostumbrados a que los empresarios critiquen y hablen claro públicamente, en vez de moverse tras bambalinas, furtiva o vergonzosamente para acomodar sus intereses como normalmente lo hacían, que cuando expresan una posición clara frente a actos de gobierno, se les percibe altaneros, prepotentes o retrógrados.
Es mejor dirigirse abiertamente a la opinión pública que a puertas cerradas al funcionario. La reacción tradicional de los empresarios mercantilistas ante embestidas, arbitrariedades o normas populistas o contraproducentes era tratar de arreglar por lo bajo salidas, excepciones o beneficios y jamás contradecir o reclamar públicamente. Es un avance de la democracia y transparencia que un gremio como la Confiep alce su voz libremente ante lo que percibe como amenazas al clima de inversión. Más bien deberían ya incursionar en la política, donde los partidos son de una precariedad alarmante.
Ya no tienen nada que ocultar ni de qué ser acusados. En los últimos 20 años hemos gestado una clase empresarial mucho más fuerte y sana que antes, nacida no al calor de las protecciones estatales, sino de la competencia pura y dura. Quizá por eso carezca de suficiente empatía con el presidente como para que, reconociendo que fue capaz de dejar atrás su pensamiento anterior, pase por alto comprensivamente las recaídas inconducentes en el intervencionismo como las que se señalan en el comunicado.
Quizá los empresarios sean también víctimas del clima de sospecha y teorías conspirativas que colman la política y que –cuidado– puede acabar produciendo las profecías que anuncia. Pero, ¿deben aplaudir el llamado a que el Congreso legisle sobre la prensa, un proyecto de ley universitaria intervencionista, normas pesqueras impuestas sin diálogo alguno con las que no están de acuerdo ni los expertos? ¿O la reestatización de Repsol? ¿No es cierto que el crecimiento de la inversión privada ha venido cayendo aceleradamente el 2013?
Es positivo que los empresarios se expresen claramente. También que se les critique. Es la democracia.
Publicado en El Comercio, 24 de enero de 2014