Con bombos y platillos ha presentado el Ministerio de la Producción su Plan Nacional de Diversificación Productiva. Un plan industrial con otro nombre. Una iniciativa de corto, mediano y largo plazo para diversificar la producción, reducir sobrecostos y aumentar la productividad. “Los peruanos tenemos una oportunidad histórica para, finalmente, lograr el desarrollo económico de nuestro país”, dice el resumen ejecutivo. El pueblo está de fiesta. La banda va a tocar.
¿Por qué el énfasis en la diversificación? Porque todos los países que pasaron de un nivel de ingresos medios a otro de ingresos altos diversificaron su producción. Puede ser. Lo que no está demostrado es que la diversificación haya sido la causa de ese aumento, y no, más bien, una de sus consecuencias. Tampoco está demostrado que haya sido el resultado de una política gubernamental deliberada.
El plan parte de dos premisas erradas. La primera, naturalmente, que nuestras exportaciones están concentradas. Pero basta ‘webear’ unos minutos por la página de Prom-Perú para ver que en el 2003 exportábamos 21.500 partidas arancelarias, mientras que en el 2013 eran casi 33.000. ¿Cómo se puede decir que “a pesar del crecimiento de las exportaciones no tradicionales, el Perú ha exportado principalmente materias primas”? ¿Tantos metales se agregaron a la tabla periódica de elementos? ¿Tantas especies marinas se descubrieron? ¿O es que acaso, sin que el No-Produce se diera cuenta, la economía peruana se fue diversificando?
La segunda premisa es que tenemos enormes diferencias de productividad. Un error que podría haberse evitado con un simple razonamiento económico. El PNDP compara el valor agregado bruto –la diferencia entre lo que factura un sector y los insumos que compra a otros sectores– dividido entre el número de trabajadores, y encuentra que la productividad media es menor que S/.10.000 anuales en la agricultura, más de S/.20.000 en la manufactura y como S/.60.000 en la minería. Pero el valor agregado bruto mide la contribución de dos factores de producción, el capital y el trabajo, que cada sector emplea en distintas proporciones. Las diferencias de “productividad” solamente reflejan que la minería utiliza más capital por trabajador que la manufactura y esta, a su vez, más que la agricultura.
El PNDP ha descubierto un unicornio. Y todo el discurso sobre las barreras al crecimiento regional, las supuestas fallas del mercado en la provisión de insumos y las externalidades tecnológicas o informativas depende crucialmente de que uno crea o no crea que existe.
Sobre estas bases endebles se erige una estructura de entidades burocráticas como la Dirección de Cadenas de Valor, integrada por profesionales altamente especializados en economía, relaciones internacionales, ingeniería industrial y otras disciplinas –como la orfebrería, suponemos, pues quién puede saber más sobre cadenas de valor– y que se encargará de los estudios para identificar los sectores que puedan insertarse exitosamente en el comercio mundial. Otra se encargará de “alienar” –según el lapsus marxista de la página 77– la provisión de insumos públicos y privados con las necesidades de la industria. Y otra más de conseguir fondos públicos para financiar emprendimientos que parezcan innovadores. Un retorno al ‘picking winners’ de la vieja y fallida política industrial.