En 1992 entendí que la agenda sudamericana la estaba definiendo Chile: economía abierta, inversión privada, estabilidad macroeconómica, competencia, menor rol del estado, orden y retorno a la ruta democrática. Quien me lo explicó no era un liberal entusiasmado con el modelo del Sur, sino un viejo intelectual francés conocedor del Perú que ante la evidencia del fracaso del socialismo real en el mundo y del estatismo en el Perú, acababa de decidir mudarse a Santiago de Chile porque según él Chile era el nuevo paradigma sudamericano. Me refiero a Guido Delrán, el sacerdote dominico fundador del Centro Bartolome de las Casas en el Cusco, una de las usinas de izquierda más influyentes de los 70 y 80, que viro y abrió sus opciones intelectuales desde los 90.
Bajo esa premisa, a lo largo de los 20 años siguientes visité Chile por diversas razones, incluidas la académica y la representación gremial y en todas ellas sólo ratificaba la idea inicial y, con sana envidia pude constatar:
i) la madurez de las preocupaciones sindicales chilenas (con dirigentes preocupados en la capacitación y la tecnología antes que en las cuotas de poder o la lucha de clases que ocupan hasta hoy a nuestros sindicatos ideologizados),
ii) el mayor desarrollo tecnológico y de infraestructura pública logrados con el aporte de empresas privadas y sin temor a lucro por la población, así como por las inversiones de sus AFPs.
iii) la madurez de su izquierda que mantuvo el modelo económico pese a la aparición de las tentaciones populistas que se empezaron a irradiar desde el Orinoco (hace 15 años) y desde el Plata (hace 10 años) y;
iv) sobre todo, la fortaleza de sus instituciones de vigilancia del mercado, a las que no les tembló la mano para evitar concentraciones de mercado, todo lo cual hacía pensar en un modelo maduro y de otro nivel.
Hoy, 20 años después, tengo una percepción distinta. Siento que Chile tropieza. Estas son mis razones:
I) Veo en su escenario político cierto hastió por el modelo bi partidista (o de dos bloques predominantes), ya que desde la elección anterior se abrió espacio a los “outsiders políticos”, ese fenómeno tan peruano que no parecía imitable, pero que resultó copiado con la misma facilidad que el cantante chileno Américo hizo suyos los ritmos que en estas tierras popularizaron previamente los hermanos Yaipen y otros grupos musicales peruanos.
II) Su sistema político de dos coaliciones fuertes muestra grietas internas serias, al punto que la derecha no pudo articular una candidatura oportuna y sólida para enfrentar a la izquierda de Bachelet y esta, se vio obligada a “rebautizar” su coalición y a ampliar su abanico de propuestas en una dirección más populista.
III) Advierto que ganan simpatía y protagonismo los agentes libres de la política (esos radicales libres cuyos efectos patológicos tiene bien clara la medicina), que al igual que en el Perú llegan a la escena oficinal desde la calle, la protesta y el disturbio, como los jóvenes Jackson, Vallejo y otras, de indisimulada filiación comunista, que naturalmente y como siempre, cuentan con el padrinazgode los señores Castro, a quienes la decrepitud y el fracaso del modelo cubano no les resta bríos para seguir “exportando la revolución”, como lo han hecho hace más de medio siglo, aun cuando su producto ya esté caduco.
IV) Sin embargo, el que parece el mayor tropiezo es el que propugna la misma señora Bachelet: la reforma constitucional, que puede llevar a Chile a un debate ideológico de proporciones inmensas e inevitables consecuencias en la inversión privada.
Quizás la percepción de Delrán acerca de Chile tenía fecha de caducidad y el no tuvo tiempo de advertirlo, pero 20 años después, parece que Chile tropieza, o más propiamente, que la van a hacer tropezar los mismos sectores políticos y las mismas ideas que durante el siglo XX hicieron caer a toda América Latina.
Con cínico nacionalismo que no tengo podría decir que el tropiezo de Chile sería una oportunidad para el Perú. Sin embargo, el problema es que las piedras no están sólo en el camino chileno, sino también en el nuestro, de tal suerte que advertir el tropiezo es, antes que un acto de simpatía por el Sur, un acto de autoprotección.
Valdría la pena que peruanos y chilenos nos unamos para enfrentar a quienes, desde esa otra mirada, nos quieren hacer tropezar para luego echarnos la culpa de la caída.