Danilo Arbilla, Ex presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)
El Comercio, 15 de junio de 2017
Un 85% de los venezolanos se opone a que sea modificada la Constitución; esto es, están en contra del intento de Nicolás Maduro de maquillar su dictadura. Ya nadie defi ende al régimen bolivariano, salvo escasas excepciones, no honrosas por cierto, como la de los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba, el gran benefi ciado, a los que en los hechos se suma el de Uruguay, más los ‘mediadores’ con Rodríguez Zapatero a la cabeza, y el papa Francisco, presionado por obispos venezolanos cansados de la blandura del pontífi ce (en reserva se habla de complicidad).
Los prelados venezolanos fueron a Roma a explicar al Papa que lo que hay en Venezuela es una dictadura y a plantearle la urgencia de modificar su postura. Todo ello tanto por el bien de Venezuela como por su propia imagen: en las últimas semanas circuló por WhatsApp un mensaje muy duro contra el jefe de la Iglesia Católica. Este dice: “19 muertos en Inglaterra: el Papa habló de ‘barbárico( sic) ataque’. 54 muertos en Venezuela. El Papa dijo que dialoguen con Maduro”.
los venezolanos, según las encuestas, está contra la gestión de Maduro. Pero más importante que ello es lo que dicen los venezolanos con su presencia diaria en la calle, protestando y no cediendo ante la dura represión.
Los números que puede exhibir el Gobierno, en cambio, son elocuentes y terribles: más de 60 asesinados y 3 mil detenidos, de los que la mitad permanecen presos, muchos de ellos torturados, además de los presos políticos. Y esto sin mencionar otros espantos referentes a la economía, el abastecimiento, la salud.
Parecería que hay un 27% que apoya a Maduro, pero no es así. Si se descuenta a los que no saben y no opinan, y a los que temen opinar, los maduristas no llegan al 18%.
Pero a veces las estadísticas confunden. Y este sería un caso. En ese 18% están Maduro, Diosdado Cabello, los ‘capos’ (hay que llamarlos así) del Tribunal Supremo de Justicia, del Tribunal Electoral y, por supuesto, de las Fuerzas Armadas, más los miembros de los grupos de choque fascistas, motorizados, bien armados y mejor alimentados.
Esta realidad y la decisión de Maduro y de todos sus mandos de seguir la política de Bashar al Asad en Siria, de mantenerse en el poder cueste lo que cueste, llevan a concluir que la tragedia venezolana puede ser todavía peor.
El chavismo y sus popes, más las Fuerzas Armadas y policiales, están acorralados por sus propios actos. Y esto es malo, ya que como se sabe, acorraladas hasta las ratas pelean. Ellos saben que no tienen salida y que solo podrán sobrevivir manteniéndose en el poder. Y harán lo que sea para ello, como ya se ve.
Duele pensarlo y más ser augur de malas nuevas, pero no se vislumbra una salida fá- cil, y menos negociada. Esto lo tienen claro los chavistas porque ellos manejan todos los números. Aunque los amigos, protectores y mediadores de Maduro se den vuelta y presionen para una salida, hay un aspecto –que tiene que ver con garantías– difícil de resolver. Maduro podría irse a Cuba, quizá algunos más, pero ¿y el resto? A los que tienen bienes e inversiones en EE.UU. no les será fácil: muchos ya están embargados. Y a los que buscaron otras costas, pues tendrán que transitar por caminos pedregosos o mares embravecidos para llegar hasta ellas.
Aun en la mejor hipótesis de que pueda llegarse a una transición dialogada y pací- fi ca hacia la democracia, hay un elemento que se sumará a la crisis y la tragedia venezolanas, y tiene que ver con lo que se van a encontrar quienes asuman la conducción del país tras estas dos décadas de revolución chavista.