“Nuestra clase media se ha convertido en un rombo”, dicen los especialistas como Rolando Arellano. Hemos pasado de una pirámide (una amplia base de pobres) a un rombo sustentado en una “clase media ancha” y mayoritaria en el país. Efectivamente, si solo abordamos las dimensiones económicas y de consumo de la mesocracia, estamos frente a un polígono convexo. Pero si incluimos la política –como sugerí en mi columna anterior–, la figura se vuelve cóncava, anómala.
¿Cómo convertimos esta sociedad clasemediera de emergentes pero informales –cóncava e irregular– en una de ciudadanos convexa y funcional? Busquemos (parte de) la respuesta en los partidos (o los que aspiran serlo).
Los partidos políticos colapsaron en la década de 1990 porque fueron incapaces de representar a una estructura social “piramidal”. La sociedad peruana cambió más rápido que las actualizaciones ideológicas de sus manuales. La clase baja dejó de ser exclusivamente proletaria y campesina; creció el sector terciario informal (inserte “Triciclo Perú”, de Los Mojarras). Mientras la izquierda y el Apra buscaban votos entre “las clases populares”, Alberto Fujimori –con su prédica antipolítica y antiinstitucionalista– arrasó electoralmente con el apoyo de las periferias marginales y ambulantes urbanos. Confundida en medio de la crisis, la mesocracia endosó políticamente a quien le diera seguridad y orden.
Veinte años después, la sociedad peruana es otra. El desconcierto de los políticos también. La izquierda se quedó buscando votos abajo (pero con las gafas de carey de siempre): campesinos y obreros unidos contra el “neoliberalismo”. El Apra dio un triple salto mortal hacia los sectores altos y medios consolidados. ¿Quién representa a esa franja gruesa y extensa del “rombo” en el que aparentemente se ha convertido el país?
Primero, la clase media “convexa” –donde el crecimiento económico y el desarrollo institucional son sincronizados, como desean los liberales políticos desde librerías miraflorinas– es tan minoritaria como efímeros sus líderes (Valentín Paniagua y Alejandro Toledo). Segundo, el rollo del capitalismo popular ha estado excesivamente centrado en la capacidad de acumulación de “emprendedores” (desde Hernando de Soto hasta PPK) y ve la formalidad como un trámite burocrático y no como una perjudicial cultura política en asentamiento. Finalmente, alternativas vacías de fundamentos institucionalistas (relativización de los valores democráticos y de los derechos humanos) y tolerantes a la informalidad –como el fujimorismo y el personalismo edilicio de Luis Castañeda– encuentran simpatías consistentes: 20% a escala nacional y 50% en Lima, respectivamente.
Republicanos con causa pero sin partido; PPKausas que no saben qué es un partido (ni su utilidad); fujimoristas con causas pérdidas pero que –sin querer– tienen partido. Estos proyectos –tan distantes ideológica y políticamente entre sí– son los que intentan dar forma política a esta masa “cóncava” de sectores medios sin algo parecido a una conciencia de clase ni visión de pasado y futuro compartidos. ¿Usted, estimado clasemediero, se siente representado por estas alternativas? ¿Considera a alguna viable para escalar al estatus de país serio? ¿Sigue siendo optimista?