Esta semana los medios de comunicación nos han machacado lo que sabíamos…, pero no queríamos reconocer. Y es que duele darse cuenta de que ocupamos el último lugar en las comparaciones de performance para estudiantes de secundaria en los exámenes PISA en comprensión de lectura, matemática y ciencias.
Como los casos de éxito, los de fracaso también tienen una receta. Y como todas, la receta educativa peruana desde la década de 1970 tiene también sus afiebrados defensores. Atacarán a las pruebas PISA con cifras ad hoc, tonos sesudos o retórica romántica o aludiendo a supuestos aspectos multidimensionales no tomados en cuenta. Ellos se asegurarán de que no recordemos que este cuadro de deterioro y prostitución educativa estatista tiene decenios. Ni que su origen nos lleva meridianamente a la corrupta dictadura militar de la década de 1970.
Y mucho menos dejarán de pedirnos más paciencia. Esta vez, repitiendo que los efectos de los ingentes recursos fiscales, controles y licencias monopólicas asignadas se verán en el largo plazo. Y también nos volverán a contar que mucho más importante que la calidad resulta la cobertura. Barbaridad tan arraigada entre estos que hace poco se vio reflejada en los fallidos afanes por desmantelar el Colegio Mayor Secundario Presidente del Perú de Chaclacayo.
Aquí no trataré las razones de fondo detrás de estas sinrazones. No enfatizaré los intereses económicos y políticos de la izquierda limeña, celosa defensora de este hediondo estado de las cosas. Tampoco repetiré, como ella, que la educación de calidad es por su naturaleza generadora de talento y desigualdad. Ni diré que, en realidad, la educación dizque inclusiva solo implica inyectar ideología.
Me interesa enfocarme en la naturaleza de la receta que nos ha llevado a la zaga. Hacer esto es muy importante si deseamos realmente cambiar. De hecho, un país con una población mayoritariamente no educada simplemente no tiene mayores posibilidades de desarrollo.
Pues bien: ¿Y cómo lo hicimos? Combinamos abultadas dosis de demagogia, estatismo y tesón.
Demagogia, basada en creencias ilusas como que la oferta de educación –a diferencia de la salud, la información o la seguridad– no debe ser brindada por una empresa que busca su provecho; o también por la peregrina idea de que la educación de calidad en un país pobre puede ser masiva y gratuita.
Agreguémosle su penoso tufo estatista. En la receta educativa peruana, tácita o explícitamente, se busca estatizarlo o controlarlo todo. Los locales, los planes de estudio, los precios…, todo. Pero todo esto con un estilo timorato. Subordinado y temeroso hasta del minúsculo Sutep.
Ahora bien, el sello de esta receta ha sido su tesón. Por décadas ha sido aplicado, sostenida e irresponsablemente por todos los gobiernos, incluidas democracias y dictaduras. Ninguno se atrevió a cambiar. A cortar lo que se debía y a respetar a nuestros estudiantes y contribuyentes.
Gracias a nuestros gobernantes no solo estamos hoy en el último lugar. Avanzar realmente en términos de desarrollo económico enfrenta –fríamente hablando– desafíos enormes. No creamos que la cosa viene fácil.
Publicado en El Comercio, 4 de diciembre de 2013