Con frecuencia se lee en los medios opiniones de aquellos que estuvieron cercanos en la última campaña presidencial al partido nacionalista en el gobierno, argumentando que la debilidad, el fracaso, el retroceso o cualquier otra calificación negativa sobre el gobierno Humala-Heredia se debe a que este ha venido dando cabida a las ideas e intereses de la derecha más retrógrada, o ha sucumbido a las presiones de los grupos empresariales más poderosos, y que también ha brindado ventajas y beneficios a grupos mediáticos o económicos insaciables, sean nacionales o extranjeros. Me parece que esas reiteradas opiniones sobre lo que viene sucediendo en el gobierno y la identificación de los responsables merecen ser analizadas con más cuidado.
En primer término hay que recordar algunos hechos, de pacífica aceptación. Humala-Heredia alcanzaron el triunfo porque un porcentaje importante de ciudadanos prefirió apoyarlos antes de tener que votar por el fujimorismo, cuyo gobierno no solo fue extremadamente corrupto sino que además –contando con un fuerte apoyo nacional de grupos empresariales y de las Fuerzas Armadas– destruyó sin descanso la débil institucionalidad sobreviviente del descalabro aprista (1985-1990), para instalar una en la que el mercado, no el sentimiento de patria o de solidaridad, sea la medida excluyente de todos los asuntos públicos o privados. Pero ese apoyo ciudadano se consolidó cuando Humala-Heredia aceptaron de un grupo de destacados civiles variar su programa original denominado “La gran transformación” por otro más moderado conocido como “Hoja de ruta”, que en esencia persigue mantener el modelo económico vigente y garantizar la alternancia en el poder mediante elecciones. No se trata aquí de hacer un análisis de ambas propuestas, pero sí decir que “La gran transformación” no era el cuco socialista que iba a instaurar una dictadura del proletariado ni que “La hoja de ruta” sea una síntesis iluminada del liberalismo democrático.
Producido su triunfo electoral, rápidamente los Humala-Heredia pactaron efectivamente con los poderes fácticos económicos y tomaron decisiones acordes con los intereses que estos abiertamente defienden. [De haber sido así, el gobierno no hubiera dejado que se pare el proyecto de Conga y el resto de la inversión minera que arrastró al conjunto de la economía a la situación que hoy lamentamos.] Y al hacerlo no utilizaron ninguna estrategia verbal o mediáticamente impactante, sino un perfil bajo, gris, hasta aburrido, pero más audaz de lo que se suele reconocer, en el que han primado la astucia y el acomodo silencioso; y en el que ha sido notoria la ausencia de muchos de sus seguidores originarios así como el esfuerzo para construir ciudadanía. Lo que resulta sorprendente es que, después de estas decisiones de los Humala-Heredia, esos críticos los consideren sin libre albedrío, sin voluntad y muy susceptibles a la influencia ajena.
Es preciso recordar. Los críticos antes mencionados conocieron bastante bien a las personas que encarnan hoy el poder máximo, los trataron día a día durante meses, intercambiaron puntos de vista, les prepararon memorándums y discursos, e identificaron su entorno familiar. Y ahora, después de tantos y tantos meses de apoyo en el periodo previo al acto electoral del 2011, los consideran unos títeres sujetos a los vaivenes de la codicia ajena. Considero que quizá habría que considerar que esos antiguos seguidores fueron ingenuos y que la pareja Humala-Heredia sabía lo que quería hacer desde antes, que ambos son muy dueños de lo que hacen y dejan de hacer, y que si ahora muestran coincidencias con los intereses tradicionales, con la marcha de negocios millonarios, [Más bien, otros pensamos que al haberse parado el crecimiento del país, con gran responsabilidad del propio gobierno, es justamente por la lejanía del mismo con el sector privado. Eso no quiere decir que no haya tenido amigos del mismo sector, como el Primer Ministro de su primer gabinete, Siomi Lerner, que oficializó la prédica anti-minera, pero que no era, ni es, representativo del sector] con las modas que escogen y con las revistas que leen los llamados poderosos, es porque eso es lo que siempre han querido ser y que esos entusiastas seguidores de las primeras horas se engañaron a sí mismos o los engañaron como niños de pecho.
Los Humala-Heredia no vienen del apartado mundo rural. Han estudiado en colegios, instituciones o universidades reconocidas y afincadas en la capital. Y han vivido con cargos diplomáticos en París y en Seúl, lo que les ha permitido conocer el Occidente y el Oriente desarrollado. Por tanto, debemos colegir que saben de lo que hablan y de lo que callan. Es cierto que les gusta seguir aparentando que son líderes de humilde origen, de costumbres austeras y con envidiable estabilidad matrimonial, pero vienen embaucando, digamos, a los pobres del Perú con sus charlas llenas de lugares comunes, sin un auténtico propósito de reformar el Estado ni de hacer viable un plan austero y exigente de desarrollo integral, arropados siempre con sus permanentes “blue-jean” y su camisas blancas, confiados en que en esos apartados lugares la población no lee “Cosas”.
Las críticas referentes a que los grupos de poder los han dominado parecen ser una creación fantasiosa, o una excusa de quienes no gustan asumir responsabilidades propias ni exigir las ajenas tal como debe hacerse en un país republicano de gentes libres. Los gobernantes Humala-Heredia son responsables por sus actos y así debe juzgárseles. Echarles la culpa a otros es puro despecho y aliviarles el juicio histórico que les espera.