En la última década, muchos analistas han criticado nuestro modelo de crecimiento económico porque se suponía que reducía la pobreza mediante el llamado “chorreo”. Campañas políticas completas se han basado en esta tesis. Se sostenía que a través de este proceso, la riqueza generada por la inversión privada en la parte más moderna del país“chorreaba” hacia los niveles más pobres de la pirámide social, beneficiándolos paulatina y residualmente, ya sea por el propio crecimiento o por una limitada acción del Estado.
Con la reciente publicación del informe técnico del INEI que da cuenta de la evolución de la pobreza al año 2013, diversos expertos han afirmado que al menos 80% de la reducción de la pobreza es por el crecimiento económico. De esta forma, el impulso de la inversión privada, la apertura de los mercados y las políticas económicas que nos han permitido aprovechar el “súper-ciclo” del viento a favor, han sido ideales para reducir la pobreza. Sin embargo, se sigue hablando de chorreo.
¿Hubo “chorreo” o, más bien, habría otros factores que explicarían una reducción tan pronunciada de la pobreza fuera de Lima y especialmente en el sector rural?
Conviene recordar que la reducción de la pobreza mantiene una relación sensible, no lineal y positiva con el crecimiento económico (ver: Crecer para reducir la pobreza y Los nombres de la pobreza, artículo del ex Ministro Luis Carranza). Esto significa que la pobreza se reduce en una mayor proporción cuando el crecimiento es más acelerado. La razón es que las tasas más altas de crecimiento generan cambios cualitativos en la productividad, encadenamientos, integración territorial y de servicios (como lo muestra Richard Webb en su libro: Conexión y despegue rural). Asimismo, se sofistican los mercados laborales, generando efectos multiplicadores en el bienestar. Es por ello que se destaca la necesidad de crecer entre 6% y 7% para reducir sostenidamente y a buen ritmo la pobreza.
Lo que reflejan las cifras del INEI se puede sintetizar como una dinámica de crecimiento pro pobre mucho más aguda en las zonas rurales. En efecto, “la película de nuestro crecimiento” de los últimos años, muestra que los ingresos se han incrementado a tasas mayores en las zonas más alejadasde la capital. En la selva crecen más rápido que en la sierra, y en la sierra más rápido que en la costa, al tiempo que las zonas rurales lo hacen a mayor velocidad que las urbanas.
Otro aspecto a resaltar es que en el último lustro el ingreso proveniente del trabajo ha crecido a tasas elevadas en todo el territorio nacional, beneficiando especialmente a las zonas rurales, donde creció 40%, mientras que en las zonas urbanas lo hizo al 26%. Este fenómeno sólo sería explicable por aumentos en la productividad. Tal situación elimina el concepto del supuesto “chorreo”. Lo que se habría generado, es más bien, un afloramiento de riqueza en las zonas rurales. En consecuencia debiéramos hablar de “manantes” (como se usa en el Cusco para llamar a una fuente natural de agua) y no de chorreo.
Igualmente, los mercados laborales -que constituyen la instancia que vincula el crecimiento al mayor bienestar de la población-, muestran una reducción significativa del subempleo (en cualquiera de sus definiciones), tanto en el ámbito urbano como rural. Esto sería evidencia de que hemos experimentado un crecimiento “transformador”, mucho más significativo que un modelo basado en lasupuesta, y ahora desacreditado chorreo.
Las cifras del INEI deben llevarnos a evaluar mejor las relaciones causa-efecto de este fenómeno. Se hace evidente que mantener un ritmo acelerado de crecimiento económico puede ser una magnífica política “social”, que se debe complementar con mejor educación, un esfuerzo extraordinario de capacitación, mejores regulaciones laborales, instituciones más sólidas y una acelerada inversión en infraestructuras, para que los “manantes” rurales se conecten al Mar de Grau, conectando a los pobres con la modernidad y con los mercados más eficientes, fuente fundamental de un bienestar duradero.