‘Nunca hay que poner plata buena detrás de plata mala’, o como dicen los sajones ‘realize your loss’ (reconoce tu pérdida). Ambos son preceptos básicos de las finanzas, pero los seres humanos no queremos aprender y el error se repite en distintos espacios y aspectos.
En su libro ‘Homo Deus’, Yuval Noah Harari comenta como los hombres solemos insistir en el error, cueste lo que cueste.
Dice por ejemplo, que en 1915, Italia entró en la Primera Guerra Mundial para recuperar Trento y Trieste del Imperio austrohúngaro. En la primera batalla, Italia perdió 15,000 hombres, en la segunda 40,000, en la tercera 60,000, hasta que al final de la guerra murieron 700,000 soldados. Pudieron retirarse en varias ocasiones pero el síndrome de ‘nuestros muchachos no murieron en vano’ (que permitía esconder el error) hacía que siguieran mostrando un sentido de propósito en continuar la guerra.
La misma lógica funciona en la esfera económica: “En 1999, el gobierno de Escocia decidió ordenar la construcción de un nuevo edificio para albergar el Parlamento. Según el plan original, las obras iban a durar dos años y a costar 40 millones de libras. En realidad, duraron cinco años y costaron 400 millones de libras. Cada vez que los contratistas topaban con dificultades y gastos imprevistos, se dirigían al gobierno escocés y pedían más tiempo y dinero. En todas esas ocasiones, el gobierno se decía: “Bueno, ya hemos invertido 40 millones de libras en esto y quedaremos completamente desacreditados si lo interrumpimos ahora y acabamos con un armazón a medio construir. Vamos a autorizar otros 40 millones”. Seis meses después ocurría lo mismo y para entonces la presión que suponía no acabar con un edificio a medio construir era todavía mayor; y otros seis meses más tarde se repetía de nuevo lo mismo, así sucesivamente hasta que el coste real fue de diez veces la estimación original”.
Pues en el Perú, en el gobierno de Ollanta Humala, con la inspiración del chavismo, de la mano de Humberto Campodónico como presidente de Petroperú, y con la música del diario La República, nos embarcamos en la ‘modernización’ y ‘ampliación’ de la refinería de Talara. Se llegó a manipular conceptos para afirmar que el costo social de consumir combustibles contaminantes era mayor que el de la inversión en la refinería; pero no se reconoció que importar combustibles limpios era, largamente, más económico.
Así, alegremente, emprendimos un proyecto absurdo que después hemos descubierto incluía la ampliación de la refinería (de 65,000 a 95,000 barriles diarios), llevándola por encima de la demanda nacional (¿para exportar productos refinados?). La aventura iba a costar como máximo US$ 1,700 millones. Más adelante, con Campodónico aún en la petrolera estatal, pasó a US$ 3,000 millones, más otros ‘rubros privados’ (no especificados, y que no tenían nada de ‘privados’), que llevaban el total a US$ 3,500 millones.
Hoy, sin haber terminado de ajustar los estimados de inversión, el presupuesto está en US$ 5,400 millones. (¿Con IGV o sin IGV? – Quién sabe). Además, según lo anunciado esta semana, se está tomando endeudamiento público por US$ 3,000 millones.
Por su lado, la Refinería de la Pampilla invirtió US$ 470 millones para producir diesel con 50 partes por millón y completará el proceso con otros US$ 270 millones para las gasolinas, unos US$ 750 millones para su actual capacidad de producción de unos 120,000 barriles por día. Esa es la eficiencia del sector privado.
¿Cuánto más costará Talara? ¿No hubiera sido mejor hacer un gran parque industrial para los talareños, con una fracción de la inversión? ¿Estamos dispuestos a meter otros US$ 500 millones? ¿US$ 1,000 millones?
Hay que parar esta locura y buscar un plan ‘C’, evaluar todas las decisiones y mostrarle a los peruanos el daño que nos regaló el gobierno de Humala y el economista ‘capo di tutti capi’ del Frente Amplio (que no es ni frente, ni amplio), la mano izquierda (en lo económico) de Verónika Mendoza y Humberto Campodónico, hijo predilecto del diario La República. Lampadia