Mucho se ha hablado y escrito sobre los daños que causó la hiperinflación que originó el velascato (la ominosa dictadura militar) y que abonaron los gobiernos de Belaunde II y García I. Pero solo pocas veces hemos analizado este fenómeno desde la perspectiva que tuvo en los servidores del Estado, en los maestros, médicos, enfermeras y policías, gente que tenía ingresos fijos y que por lo tanto, sus fuentes de vida fueron licuadas, prácticamente desaparecidas, por el fenómeno monetario sin que su efecto pudiera ser compensado por aumentos salariales.
Efectivamente, a partir de mediados de la década de 1970, la dictadura militar de Velasco y Morales Bermudez iniciaron una de las mayores inflaciones de la historia de la economía mundial. Una de las mayores en dos aspectos, por su incidencia y su duración. La hiperinflación peruana descalabró a nuestra sociedad por más de 20 años y en un solo año llegó a generar un aumento de precios de 7,482% (1990). Ver el siguiente gráfico:
Pero seguramente nuestros jóvenes, millennials y pulpines, no tienen la menor idea de que es inflación. Una pequeña descripción:
En economía, la inflación se define como un aumento sustancial, persistente y sostenido del nivel general de precios a través del tiempo. Otra forma de definirlo es como la disminución del valor del dinero respecto a la cantidad de bienes o servicios que se pueden comprar con dicho dinero.
En otras palabras, si a principios de año tu ingreso fijo como maestro era de 1,000 soles al mes, tu poder de compra te permitía adquirir bienes por valor de 1,000 soles. Pero si la inflación anual era de 50%, al final del año, los mismos bienes habían subido de precio con la inflación a 1,500 soles, pero no tu ingreso. Por lo tanto, ya no podías comprar las misma cosas. Solo podías comprar por 1,000 soles, o sea dos tercios (1,000/1,500) de las cosas que podías adquirir a inicios de año.
Ahora imagina que pasaba con tu capacidad de compra, si el siguiente año se repetía el fenómeno, o peor aún, si seguía creciendo. ¿¿¿ ??? ¿Qué horror no?
Evidentemente, los más afectados por este fenómeno eran los ciudadanos que tenían ingresos fijos. Y entre ellos, además de los jubilados y otros, tenemos a los muy importantes servidores del Estado, a los maestros, médicos, enfermeras y policías. Las vidas familiares de esos trabajadores fueron destrozadas.
Entonces, antes de la inflación, hasta mediados de los años 70, nuestros maestros, por ejemplo, tenían vidas dignas, no ganaban mal (hoy día el ingreso de un maestro llega solo al 30% de su ingreso real de esos años), eran respetados por la sociedad, eran gente que trabajaba por vocación y con un importante compromiso por la calidad de su trabajo. Lo mismo se daba con los otros servidores del Estado.
¿Pero que pasó una vez que fuimos atacados por la hiperinflación? Pues, nuestros servidores tuvieron que dedicarse a ver como sobrevivían, ver de donde sacaban ingresos para mantener a sus familias. Muchos tuvieron que cachuelearse haciendo cualquier otra cosa. Las madres de familia empezaron a producir artesanalmente dulces y otros bienes, el foco de vida de los trabajadores y familias cambió rotundamente.
El Estado, que no podía hacer incrementos de salarios que compensaran la hiperinflación y ante la presión de nuestros servidores, tuvo que ir variando los horarios de trabajo para que la gente tenga la oportunidad de generar ingresos de otra manera. Así fue como terminamos con los 24X24 en la policía, con turnos de enfermeras y médicos de cuatro horas y, con jornadas escolares de medio día.
Pero también se dieron otros dos fenómenos, la evolución de los gremios de servidores públicos y el abandono de los valores inherentes al servicio público.
En cuanto al tema gremial, era evidente que los trabajadores tenían que organizarse y en la medida que el tema se agravaba, tenían que ir desarrollando actitudes de fuerza que eran la única manera de obtener algo en una sociedad de suma cero. Suma cero, pues la economía estaba estancada y solo se podía conseguir algo a costa de los demás. A lo largo de los años hemos visto como los gremios de maestros y servidores de la salud han llegado a actitudes poco humanas. Explicablemente, dichos gremios fueron capturados por cúpulas politizadas que hasta ahora medran de los trabajadores. Por ejemplo, el Sutep mantiene hasta hoy, en su estatuto, su compromiso con la lucha de clases y está muy lejos del objetivo de la educación. Lo que empezó como una imperiosa necesidad reivindicativa en una sociedad que los condenó a la miseria, terminó en un movimiento político que sigue erosionando el compromiso de los maestros con la educación.
Lo mismo hemos visto con los médicos. En la huelga médica del 2014, el presidente de la Federación Medica del Perú, parecía más un ‘espartambo’ que un galeno. Curiosamente, luego de sus aprontes violentistas fue elegido como Decano del Colegio Médico del Perú, en vez de haber sido expulsado de la profesión.
Pero tal vez el peor impacto de la corrosiva hiperinflación ha sido el abandono de los valores inherentes a las funciones de servicio público. Hoy todavía los ciudadanos esperamos encontrar en el maestro, la enfermera, el médico y el policía, a alguien comedido, que exprese vocación de servicio, dedicado en cuerpo y alma, como era antes de la tragedia, simplemente, alguien dedicado a dar contenido a la palabra: ‘servicio’. Lamentablemente, la realidad es otra y la sociedad está muy disconforme con los servicios del Estado.
Evidentemente, estas expresiones no abarcan a todos los servidores del Estado, describen los comportamientos disfuncionales de muchos de ellos, que son justamente los que han dejado impresiones en nuestras retinas.
Todo esto es muy complejo. De alguna manera, nuestros servidores públicos han sido empujados a vivir en una suerte de selva donde solo puedes avanzar a machetazos y poco importa lo que pisas en el camino.
Reflexiones finales
- Entendamos por qué se dio la necesidad de formar gremios reivindicativos y agresivos.
- Revaloremos las funciones de los servidores públicos, que deben llegar a ubicarse en un lugar privilegiado de la sociedad.
- Escribamos códigos de conducta y compromisos éticos a los que deben adherirse todos los servidores públicos para acceder a los incrementos salariales.
- Viabilicemos los procesos disciplinarios que permitan separar a los malos elementos sin indebidas interferencias judiciales.
- Establezcamos importantes ‘premios’ para distinguir a los servidores públicos que den el ejemplo con nuevos valores de servicio y compromiso en los nobles oficios de apoyo al ciudadano.
- Establezcamos nuevos horarios de trabajo de los servidores públicos con jornadas completas.
- Desarrollemos un plan concreto para permitir mejores remunieraciones a los servidores que asuman el reto de reconvertir los servicios del Estado.
Lampadia